Ángela es una chica muy hermosa. Tiene un cuerpo realmente provocador. Siempre ha sido la envidia de cualquier grupo en el que estaba. Martìn – su hermano – recuerda cuando jugaban juntos en la secundaria del colegio Markham, y sus compañeros se unían con gran ahínco a escoltarla y presenciar los saltos que daban al momento de “pegar a la pelota” en el volleyball. Aunque su momento preferido de ellos, era cuando vislumbraban los movimientos tan acuáticos y perfectos en la piscina. Deporte preferido de ella. Pero Martín no soportaba esa idea, odiaba esas miradas sedientas de sexo (que aún no han estrenado sus cuerpos con otros cuerpos). No lo puede soportar, se siente mal, cada vez que escucha comentarios de su hermana, la diosa del Markham.
Martín es un chico muy guapo, delgado, ojos azules y cabello largo, le llega a tapar toda la frente y reluce por el brillo que emana. Le gusta las letras, no puede resolver problemas matemáticos, porque él piensa que sólo necesita saber sumar, restar y en algunas ocasiones, multiplicar y dividir, el resto de operaciones son una mierda – piensa él mientras estira su cabello con la mano derecha y lo deja caer de nuevo. Esa escena es contemplada por Luciana – su mejor amiga, su compañera de clase, su vecina del barrio de hace varios años. Ella es muy alegre, tiene el cabello largo, la tez blanca, los ojos negros y redondos y llenos de vida. Su mirada denota una mujer de batalla (y es así como es ella). Es el contraste de Martín, porque domina mucho las matemáticas, y aunque tiene problemas con los cursos de letras, logra salir victoriosa en las notas y llevar un registro azul, sin ningún jalado.
Ángela y Lucina son muy buenas amigas. Se conocen mucho más que Martín, y tienen la misma edad, 15, pero siempre aparentan de más, no sólo por sus cuerpos, sino por el trato que tienen con las demás chicas y los profesores. Se dicen que son el dúo matador de las clases. Son muy buenas deportistas y siempre obtienen muy buenas clasificaciones. Parece una vida perfecta, una amistad perfecta de la secundaria. Siempre van a fiestas, dónde son recibidas con mucha amabilidad, y mucho más preferencia con Ángela, la diosa (apelativo que le puso un profesor cuando ella interpretaba a la Diosa Atenea en una de las muchas obras del colegio), y los demás completaron dicho nombramiento con “del Markham”. Volviéndose una chica muy popular y respetada por sus compañeros y profesores. Aunque ella no era muy feliz, se sentía sola y decepcionada. Muchas veces la habían encontrado, en los últimos cubículos del baño de mujeres, llorando desconsoladamente, los ojos inyectados de sangre, como si hubiera fumado un porrito de grandes dimensiones. Entonces el chisme corría, se deja mezclar por todas las aulas de la institución, pero no lograba tener credibilidad, nadie le tomaba importancia, porque la persona que encontraba – siempre a Ángela llorando – era Martín, su hermano menor, pero él no decía nada, callaba ese secreto con ella. Entonces ¿había alguien más ahí?.
La tarde es fría, la calle Angulo (en Miraflores) está desolada, permanece tranquila y sin ruido, hasta que de pronto – empieza a mezclarse con bullicio, voces de todo tipo, rumores, ruidos molestos, entre otros efectos sonoros que no puedo mencionar. Martín sale – agotado- porque las dos últimas horas le ha tocado el curso de geometría, y no lo ha podido tolerar, está odiando al profesor. No le ha gustado el ridículo que le ha hecho pasar. Lo hicieron resolver un problema en la pizarra, el no pudo hacerlo, se demoraba más de lo permitido. Entonces el profesor lo dejó ahí parado y le dijo: si no terminas ese problema, no te voy a dejar sentar y te quedarás ahí parado hasta que lo resuelvas. Usted, alumno Campoverde, nunca puede resolver los problemas que le planteo. Es el colmo. Pero con esto aprenderá. Martín lo empieza a odiar, lo imagina en un campo de concentración (solo con su profesor), y – de pronto – saca una pistola y le dispara. Primero en las dos piernas, luego al ver que cae, dirige su puntería a sus manos, y presiona dos veces el gatillo. Cuando el profesor le ruega que pare, él, sin ningún remordimiento – cambia su puntería y la lleva hacía su espalada – justo en el medio – y dispara hasta terminar la última bala. Alumno, alumno, qué le pasa, ¿me ha escuhado?. Qué está esperando para resolver el problema.
De pronto, un carro se atraviesa, no se llega a divisar las caras de los conductores, abre la puerta y…
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