Siento que he recorrido mil puertos, no porque fuera viejo porque no lo soy, sino por el mucho pensar. No quería escribir estas líneas porque hace mucho no hurgo en los baúles ni en el mañana, como solía hacerlo, pero hoy, inesperadamente, encontré un motivo: la letra no muere, y por ello, no debe morir un día tan lleno de luz, un canto tan plácido y ese aroma a sonrisa. Voy y vengo entre las calles llenas de navidad, de tumultos, de locura, como si fuera invisible, pero a la vez como si aquello es mi vida. Recojo trozos del ayer y aparece un llanto, un canto y esa sensación perenne a búsqueda… de un toque sublime, de un detalle duradero, de un júbilo que asoma su rostro. Me detuve en una esquina y confirmé lo de siempre, niños jugando como si su mundo fuera el único y el mejor, y lo es. Me estuve un momento con ellos. Jugué, jugué y jugué. Ya no era más yo porque era yo. Llegó la hora del retorno. No quería irme. Ellos tampoco querían que lo hiciera. Me despedí. Lloré.