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Digo: Estoy en la cumbre de una montaña, hay mucho sol aquí.
Pero atención. Mi sombra se dispara como un fantasma y sale corriendo de la roca donde estaba dibujada. Precipitándose al vacío hasta tocar el suelo del valle; y sale corriendo como un monje apurado, siendo que soy mujer, haciendo un gesto obsceno amenazando con su par de genitales.
Yo pegué un gran salto hacia arriba como queriendo alcanzar las nubes del cielo, pero aun siendo de día me tope con la luna quedando colgada de los tiradores. El fantasma se ríe señalando con sorna, que se trasluce mi ropa interior. En respuesta solté un zapato con taco largo que no tardó en impactar en su cabezota. Después nos hicimos amigos de tanto gritar pavadas a la gran distancia, y abriendo el paraguas de lluvia como un paracaídas me acerqué para conversar amistosamente.
Pero él nuevamente salió corriendo negando su presencia.
Después de todo es un fantasma varón salido de mi propia sombra. Deseo conocerlo pues entiendo que es algo mío.
Yo levanté la pollera para mostrarle que debajo escondo droga, logrando acaparar su completa atención. Cuando estiró su mano para hacerse de la pastilla de éxtasis, sostuve su brazo con fuerza. Al tacto siento que agarro el aire pero el no puede soltarse al revés de lo que presuponía.
Siento que tengo sujetado a un príncipe cual pescado en el anzuelo.
Pero el fantasma de pronto se hizo un pañuelo y quedé como bailando folclore, en una plaza donde acostumbro quedarme, en vez de estar seduciendo a ese amigo fiel que pronto haría de mi una dama de sangre real.
Pero otra sombra mía proyectada en la base de la estatua de Mitre permitió que un nuevo fantasma emergiera de ella. Aunque parece en esta oportunidad es un espectro de sexo femenino,
con la cabellera casi que le llega a la espalda,
a la que enseguida, aunque con algunas dudas, bautice con el nombre de Kity.
Pero por allá, entre los árboles del cantero,
observo con simpatía que al fantasma varón se le hace agua a la boca de desear con pasión a Kity.
No me agarran celos pues perfectamente puedo refleccionar acerca de lo absurdo que sería juntar carne con espuma de fantasía hecha sábana de vapor de colores, inteligencia con condensación de angustias de la humanidad a medio camino entre la materialización y la nada, y más luego tener un hijo de peluche que suelta vapor por las orejas.
Entre ellos habrán de entenderse mejor.
Prefiero seguir esperando y continuar siendo la loca del barrio pero con los pieses sobre la tierra.
Entonces fue que los reuní para ofrecerles mis servicios de agencia matrimonial.
Es víspera de navidad; para que tengamos invitados de lujo colmados de paquetes con moños,
escogí un palier de un galería comercial vecina a la plaza. Cuando por fin nos instalamos, en lo que de ahora en más denominaremos como el altar de la catedral, pude darme cuenta que soy la única que ve a los fantasmas, puesto que ellos se montan a las visitas sentándose como papagallos en los hombros del amo y nadie logra divisarlos,
que con gran honor son solamente verdaderos para mis ojos, unicamente quedando como prueba los pañuelos blancos.
Soy consciente de que despido un olor nauseabundo,
mezcla de orina, excremento, vapores de rancios aceites, pero como contra cara favorable hace que la gente se distancie, que donde hay muchedumbre como ahora se provoque un agujero redondo como si fuera el escenario de un espectáculo callejero.
Lo que me posibilita la oportunidad de solicitar limosna refugiada en las virtudes del aislamiento físico. En este espacio libre, circular, monté el altar para la boda, encendiendo como velas, útiles fósforos que acuño como un tesoro de la humanidad, siempre precavida aislándolos de la humedad con un selofán de un importante grosor, por si pinta una urgencia al caer un ratón en la trampa.
Pero por desgracia los fantasmas nuevamente se hicieron pañuelos blancos.
Me puse a unirlos por medios de nudos mientras reprimo la necesidad de limpiar la nariz mugrienta, llorando como una sedienta que bebe sus lágrimas al caer.
Suman tres los pañuelos que tengo, por cada vez que estoy con un fantasma al retirarse de esta modalidad se trocan en tela blanca.
Yo no soy indijente porque sea de naturaleza pobre. Fui integrante de una familia de doble apellido, muy adinerada, exclusivamente expulsada por ser algo demente, haciendo hace años la calle como una linyera más. Caminando con mis bolsas de plástico, con harapos, con cartones, que por la noche utilizo como colchón donde acostarme. Tengo dos pañuelos anudados que simbolizan la unión matrimonial de mis amigos fantasmas,
y uno suelto, de aquella primera vez que conocí a este tal Ricky, pariente de esa extraña dimensión desconocida, quien se desposara con la bella Kity.
Con todo esto quiero decir no soy ninguna ignorante, tengo cultura de sobra en las venas circulando con mi sangre.
Voy a escribir sobre la tela blanca poesías breves, tal vez realice cuentos cortos también.
Es hora de que vuelva al centro de la tierra,
que sería una caldera en desuso, huyendo de la cruel metrópolis que indiferente permite que sus frutos se pudran en las garras del rigor,
bajo el látigo de la esclavizante escarcha en el lomo de la madrugada. Donde las heridas unicamente drenan infecciones como el pomo de la mostaza. Donde nunca una caricia es verdadera.
A falta de dinero que el lecho rebalse de sana imaginación. Soñar es como poder realizar la trama oculta que hace justicia. Es como una nutrición que tonifica el alma desperdigada.
La oscuridad se cierne sobre el firmamento que va soltando las imagenes del día como aserrín que se desprende de la carga que viaja rauda por la ruta.
Y yo en la gruta recostada presiento que soy una niña, que ansiosa pero con leve espanto espera que le vayan a tomar la fiebre colocándole el termómetro debajo de las axilas. Perdida entre elogios que no distingo de las caricias.
Mis párpados comienza a caerse quedando pegados como un imán en el fondo de la papada, y levantarlos cuesta toneladas de fuerza personal,
entonces me dejo llevar por ese huracán sin dudar en volver el año atrás. Ya estoy muriendo por esta noche, ya estoy sintiendo como la historia linda galopa sobre una estepa que yace en mi frente arrugada.
¡Kity! ¡Ricky! ¿Que hacen por aquí de nuevo?.
Ellos me muestran que han dado a luz un fantasma muy bonito, que seguro dejará un pañuelito cuando de nuevo regresen, que transportan en la panza como lo hacen los canguros, formando una excelente familia admirada por todos.
Además han traído muchos invitados para celebrar una gran fiesta, queriendo que sea la madrina de honor de la ceremonia.
Así es que esta velada feliz nunca termina.
Cansados de sonreír y palmear nos las espaldas de felicitaciones, bailamos en la noche, dejando una huella marcada en el corazón de cada destino.
Al despertar veo que estoy rodeada de pañuelos blancos, y muy entristecida por la nostalgia que invade mis entrañas comencé a escribir en soledad, una novela con tinta de mi pluma.
Es un libro hecho con pañuelos con tapa de madera terciada que voy dejando por las casas a cambio de una limosna.
Hasta que no por casualidad dí con un editor que quedó fascinado con la historia, queriéndola publicar de inmediato.
A todo esto voy por el segundo libraco porque los fantasmas siguen apareciendo.
Ricky ya es abuelo, y Kity tuvo como diez fantasmitas más.
Finalmente el libro con la novela se publicó con gran éxito de taquilla, y las vueltas de la vida hicieron que de la pobreza extrema emergiera a este fantástico mundo: del ansiado millón para ser alguien.
Entonces adquirí una mansión en mi antiguo barrio donde ahora soy una reina, rodeada de arañas que cuelgan con diamantes que proyectan infinidad sombras.
Una mañana, cansada de tantos fantasmas y pañuelos blancos, ( pudriéndome en el laverap, porque hoy por hoy no soporto la mugre en la tela, harta de tener que lidiar con dos mundos tan diferentes, que además dejan ofrendas como tortas de palomas) cuando un fantasma confianzudo que inoportuno vino de amable visita, luego de alterarme la tarde completa, estaba a punto de retirarse transformándose en dicho elemento blanco, le arrojé un limonazo (pronto usaré algún tipo de insecticida acorde) rompiendo un vidrio de la mansión yendo a parar el trapo a la vereda,
mi antigua morada.
Ese fue el principio del fin de la excelente relación que nos unió en el tiempo con Kity y familia.
Después de allí comenzó una guerra fría, helada, hasta hacerse pelando de caliente, con cruentos combates a morir.
Por cada muerto que hay o fantasma que huye quedan pañuelos blancos, por cada herida con sangre mía voy dibujando una lengua de los Stones. De tanto en tanto una poesía:
En la noche de terciopelo dorado,
la comparsa hace sonar tambores,
con ratones aullando asustados,
con estrellas azules invisibles.
Y de la música sale un silencio rotundo
porque el mundo se desangra harapiento,
hambriento de tanto aspirar cordones,
lombrices, usados condones, droga,
olvidos de oliva tostados en la molienda.

Soy estúpida. A mi personalmente me conviene que los fantasmas vienen de acarradas y luego dejen montañas de pañuelos blancos, porque imprimir poesías me cuesta lo que hacer un huevo hervido,
resultándome muy rentable ésta profesión.
Pero de a poco comencé a odiarlos porque ellos nunca definen su sexualidad.
Son como esas criaturas de las tribus urbanas donde los jóvenes parecen cabras, con ornamentos incrustados en la carne que hace que sus rostros sean el símbolo del sufrimiento a destajo. Una espantosa uniformidad, donde solo pretenden gozar por gusto sin reparar en que la moral es el punto de partida de todas las cosas. Y donde justamente la diferencia es el motor de la tentación bien entendida.
Más allá de mi orgánica petrificación,
mi sombra tiene el poder de inventar criaturas que son como insectos de mi propia pudrición interior.
Miro a los vecinos a la cara y me parece estar viendo esos espectros que luego se trocaran en servilletas de restaurante.
Deseo alzar el arma de la ametralladora y barrer con todo lo que se mueva.




Texto agregado el 22-12-2008, y leído por 264 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-12-2008 jaja bueno ella y sus sombras me robaron una sonrisa !!! VanYItzy
 
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