Ella es pequeña. Ella es angelical. Ella tiene un rostro dulce e inocente, con la luz de la niñez y la alegría de la juventud brillando en sus ojos.
Ella tiene ojos grandes y marrones, de un color parecido al chocolate. Pero a ella le molesta que la comparen con una comida, así que suelta un bufido cuando alguien dice eso.
Ella tiene el cabello castaño, largo hasta la cintura. Se lo está dejando crecer para que, en su fiesta de cumpleaños, su mami la deje disfrazarse de Pocahontas.
Ella prefiere a Pocahontas porque es morena. Pocahontas es diferente a las demás princesas, y se parece a su mami. Su piel es color canela, y ella está segura de que a Pocahontas no le molesta, como a ella, que la comparen con una comida. Porque la canela es su olor favorito, y a nadie le podría molestar.
Ella tiene un osito de peluche, Pepito. Su papá quiso ponerle un nombre sofisticado, como James, o Alec, pero ella se negó. El oso quería llamarse Pepito, y Pepito se iba a llamar.
Ella tiene una sonrisa grande, y sonríe cada vez que mira a Pepito. Porque Pepito la quiere, y la abraza de vuelta. Porque Pepito es un príncipe encantado, que alguien hechizó a la forma de un osito de peluche de color café, con ojos de plástico que la miran en silencio, con una eterna sonrisa de hilo. Y los ojos de Pepito brillan para ella, y los de ella para él. Porque, claro, es su osito.
Ella va a cumplir diez años. Y a ella le enorgullece ya casi haber completado dos manos de años. Porque, cuando era chiquita, la gente le preguntaba cuantos años tenía, y ella, con sus deditos, mostraba la cantidad. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, y ahora van a ser diez. Pero, ¿qué pasará -se pregunta ella- cuando cumpla once años? ¿De dónde sacará más dedos?
Pero a ella no le importa, porque, al fin y al cabo, falta todavía un año para eso.
Y a ella, en realidad, tampoco le interesa en ése momento el casi tener diez años. Porque sus papás están peleando.
Ella suspira. Su papá le está gritando a su mami. Y su mami llora.
-¡Eres una estúpida! -grita él. Y ella se aferra fuerte a Pepito, encerrada en su cuarto, viendo a través de la puerta medio abierta.
Y el osito calla.
-Realmente eres una estúpida si crees que no me doy cuenta de lo que haces. ¡Te comes al vecino con los ojos! -reclama su padre. Su mami solloza, sin contestar, abrazándose a si misma en un ovillo, en el suelo.
Espantada.
-Dime que no es cierto. ¡Atrévete a negarlo! -insiste él, acercándose a su mami furiosamente. Su mami se mece en el suelo, aterrorizada, y comienza a respirar muy rápido.
Pero calla, igual que su osito.
-¡RESPÓNDEME, MALDITA! -ruge su papá, y los ojitos infantiles se abren con sorpresa y terror, llenándose rápidamente de lágrimas.
La mano oscura y grande de su padre se levanta, y ella cubre los ojos de Pepito con una mano, cerrando los suyos con fuerza.
Y viene el alarido.
-¡NO! ¡Por favor! ¡Por favor, basta! -solloza su mami, indefensa en el suelo. Y luego contra la pared.
Pateada.
Golpeada.
Humillada.
Maltratada.
Odiada.
Porque su papá la odia. Mami lo niega, pero ella sabe que es cierto. Porque cuando ella pregunta
-Mami, ¿me quieres?, su mami responde:
-Hija, por favor nunca dudes eso.
Y ella la mira con sus grandes ojos cafés, y pregunta:
-¿Mami, tú me golpearás alguna vez?
Y su mami, horrorizada, la abraza con fuerza contra ella, repitiendo rápidamente "Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, mi amor. Yo te quiero, te amo más que a mi vida". Y la mece contra su pecho, acunándola, reconfortándola.
Amándola.
Por eso ella sabe que su papá odia a su mami.
Porque le pega.
La golpea, no la abraza.
La empuja, no la acuna.
La patea, no la reconforta.
La odia, en vez de amarla.
Y le grita, en vez de repetirle "Te quiero, te amo más que a mi vida".
Y mientras tanto, ella abraza a Pepito, esperando que su osito pronto se convierta en príncipe, y las salve a ella y a su mami. |