Durante las tres noches consecutivas de vigilia danzante y putañera del Administrador del Club de Billares Sebastopol su esposa, agobiada y rendida por las agonías del enfisema y las rondas en hospitales y comisarías, sueña que es la amante de un magnate Ministro del Tesoro Público misteriosamente desaparecido.

Tras la segunda noche, al soñar que la familia del Ministro la busca afanosamente para vengar el supuesto asesinato del paterfamilias, temiendo estar a punto de perder la cordura, la mujer del marido ausente llama a un famoso sicóloco que soluciona en un programa radial las alucinaciones de toda clase de plebeyos desvirolados en sesiones de tres minutos entre tanda y tanda de comerciales escandalosos.

La tercera noche, corcoveando en el desvencijado lecho conyugal, la pobre mujer abandonada sueña que temblando de pavor forcejea en vano mientras el hijo mayor del desaparecido ministro la sofoca con una almohada que huele a genista y zumo de límón.

Simultáneamente, con precisión casi cronométrica, rendido por los excesos del libertinaje y la degradación, el administrador del Club de Billares sueña que es un asesino a sueldo apretando el cuello de una mujer lujosamente ataviada con pilchas importadas, joyas rutilantes y peinado a la Salón Francés, pero con las mismas facciones de amargada y resignada tristeza de su esposa enferma.

Despierta sobresaltado, corre a la estación de buses del pueblo aledaño donde lleva ya casi 72 horas de polimorfia perversa y en la puerta del Club de Billares se encuentra una vecina sollozante, de ojos enrojecidos y mirada fiera, quien le informa que los paramédicos acaban de llevarse el cadáver de su esposa, fallecida a las cinco de la mañana de masivo y fulminante infarto pulmonar.