En una neblinosa noche de otoño, Félix daba un paseo por los alrededores de su departamento al que se había mudado el día anterior.
Aquella caminata fue muy especial para él, pues se encontraba en el mismo barrio donde había pasado los mejores momentos de su infancia.
En su mente evocaba recuerdos... el grupo de cinco amigos, los juegos, las confidencias, la casa abandonada...
Todo parecía tan lejano ahora, a pesar de que no habían pasado más de quince años desde que eso quedó atrás.
Su situación actual era muy estable, tal vez envidiable para otros. La principal característica que determinó que Félix se encontrara caminando y reflexionando un viernes por la noche sin salir con otras personas era su tendencia a estar solo. A pesar de relacionarse bien con la gente y no tener enemigos, su principal problema era la incapacidad que tenía de interactuar de la manera correcta con los demás, nunca sabiendo que decir, que hacer, cuando reír… algo que lo complicaba día a día, pero a lo que ya se había acostumbrado y encontrado la solución: estar solo.
A veces se preguntaba por qué era así…
De pronto comenzó a sentirse nostálgico. En las calles que recorría en ese momento fue donde se sintió verdaderamente feliz por primera vez, y recordó como todo era distinto en aquellos tiempos… sus antiguas aventuras, la diversión sin culpas, los juegos inocentes… ahora nada de eso parecía posible para él.
De pronto, sorprendido, en la solitaria vereda escuchó pasos que venían directo hacia él. Se volteó.
Por un momento su sorpresa aumentó, no a causa del susto, sino de la extraña familiaridad que le hacia experimentar la persona que se encontraba frente a él: un joven de aproximadamente su edad, de apariencia muy alegre, que lo saludó amablemente.
-Hola… perdona, pero me pareces muy conocido… ¡Ah, pero claro! ¡Félix, tanto tiempo!… ¿cómo estás?
-Eh… bien, ¿y tú?
-Si, también. Pero que sorpresa más grande verte aquí. ¿Cuánto ha pasado… como quince años?
-Creo que sí.
-¿Y qué haces por acá?..
-Ah... solo caminaba.
Un diálogo así se siguió repitiendo por unos momentos, con uno hablando incesantemente y el otro respondiendo casi con monosílabos.
Félix aún no recordaba quien era aquella persona, pero de a poco comenzó a tener una noción más clara. Le parecía muy mal de su parte el no saber con quién hablaba siendo que le expresaban tanta simpatía, pero tampoco sabría como decirle que no recordaba quien era… ¿Cómo reaccionaría? ¿Se enojaría con él? ¿Se iría ofendido? Muchas posibilidades… mejor esperar.
El otro hablaba sin cesar. Mencionó los nombres de Alex y Mark, lo que llamó la atención de Félix.
Al escuchar esos nombres fue cuando éste recordó todo.
El antiguo grupo de compañeros: Los dos mencionados, Christian y él. ¿Pero no eran cinco? Claro. Faltaba el hermano menor de Mark… ¿cómo se llamaba? Ah, claro. Simón. El que no paraba de hablar y siempre los seguía a todos lados y al que todos trataban con indiferencia.
Así que era él con quién se encontraba ahora.
El grupo de amigos era feliz en su infancia… hasta que ocurrió la muerte de uno de ellos.
Aun recordaba vagamente el accidente… el automóvil aproximándose a toda velocidad, la pelota que fue a buscar Mark yendo a parar a la calle… Su amigo tirado en la acera de enfrente, al parecer sin ni un rasguño, pero ya sin vida.
Posterior a las terribles marcas que dejó este hecho en los amigos y él, vino la decisión de sus padres de trasladarse… y el inevitable fin de la época en que fue feliz.
Y ahora, el hermano de Mark se encontraba hablándole alegremente. Había superado la muerte de un familiar cercano, y Félix se sintió bien por ese hecho. Al menos tuvo el tacto de no mencionarlo.
Después de todo, si no sabía si mencionar algo o no, mejor no lo hacía. ¿Para que arriesgarse?
Continuaron ambos caminando por las lóbregas callejuelas, con uno hablando animosamente y poniendo al corriente al otro sobre el paradero de los restante dos compañeros de juegos de hacía 15 años atrás y el otro callado y asintiendo.
Tras un rato, llegaron a una casa abandonada. La visibilidad era poca debido a la escasa iluminación y la prominente neblina, pero ambos reconocieron aquel lugar: era el sitio de reunión del grupo.
Los impresionó de gran manera el hecho de que la casa estaba aun inhabitada, ya habiendo pasado tanto tiempo.
-Oye, Félix, ¿qué te parece si vamos a ver que hay adentro? Si es que nadie ha entrado ahí, lo que es muy raro pero parece que es lo que pasó, aún podríamos encontrar algunas de nuestras marcas que dejamos ahí.
-Hmm… bueno.
Entraron.
A medida que recorrían el destrozado interior, distintos recuerdos de momentos vividos ahí afluían a la mente de Félix.
De pronto, sin darse cuenta, comenzó a quedarse absorto en sus pensamientos sin noción de lo que lo rodeaba. Entonces, a lo lejos, escuchó un sonido muy leve que pronto reconoció como risas.
Antes de que pudiera percatarse, se encontraba corriendo con todas sus fuerzas hacia el lugar de origen de aquel ruido.
Atravesó el destruido salón y cruzó el pasillo principal, hasta llegar al final de éste. Había una habitación cerrada.
La reconoció por la puerta: tenía las inscripciones A F M C raspadas en la madera.
De pronto se percató de que se encontraba solo. Ya no escuchaba la incesante voz de Simón…
¿Acaso la había oído antes? Eso ya no importaba.
Toda su atención estaba centrada en los sonidos que provenían de la habitación de enfrente. Reconoció las infantiles risas de sus antiguos amigos. Los únicos que había tenido en toda su vida.
Con todas sus ansias quiso atravesar esa puerta. Sin embargo, se percató de que estaba sellada.
Las risotadas se hacían más fuertes al otro lado. Eran la expresión más simple de la felicidad, la única que él recordaba.
Félix se preguntó entonces si aquella puerta se volvería a abrir alguna vez.
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