[1º Libro - Cinco noches de luna llena]
I.-Luz
- Viene la oscuridad- les dijeron- Deben huir.
Dejaron sus casas en manos de los corredores de propiedades, tomaron sus escasas pertenencias y cruzaron el portal en el medio del bosque hacia otro mundo: su propio mundo. Desde ahí otro portal los conduciría hacia un planeta lejano, en donde se suponía estarían a salvo.
Sólo algunos no se fueron.
Así fue como Luz, una pequeña ciudad fantasma perdida entre cerros y bosques, quedó vacía en apariencia. Junto a ésta corre apresurada una gran autopista, cuyos veloces vehículos aparecen desde la lejanía y desaparecen en su urgente búsqueda por lugares más interesantes, sin detenerse siquiera a mirar aquél minúsculo grupo de casas. De todas formas no existe, ya que no aparece en el mapa de ruta, que se pueda ver no significa necesariamente que esté ahí.
Es verdad, los días se hicieron oscuros en Luz, luego de la primavera volvió el invierno con renovada fuerza y se hizo permanente… mala señal: realmente algo andaba mal en aquél mundo.
La lluvia y el silencio inundaron Luz, los pocos que quedaron se encerraron en sus casas, esperando. Mientras las otras propiedades eran compradas poco a poco a medida que el recelo era vencido por los buenos precios. Las personas comenzaron a llegar, personas normales, surgieron pequeñas tiendas y una minúscula señal figuró por primera vez en los mapas: “Luz”.
Uno de aquellos días, mientras la ciudad se poblaba nuevamente, un bus detuvo su andar frente a aquellas curiosas casas que jamás se había molestado en mirar y de éste bajó una niña de ojos verde pálido, se ajustó la mochila a la espalda, tomó su maleta y caminó adentrándose en las casas con creciente nerviosismo, había viajado toda la noche mientras la luna llena se asomaba por su ventana iluminando el interior del bus y al amanecer tuvo la impresión de haber retrocedido en el tiempo algunos meses, ya que parecía ser invierno en lugar de verano. La llegada a aquél pueblo sólo había confirmado su sospecha, caía una leve llovizna y las hojas de los árboles desnudos vagaban por el suelo mojado. De principio ignoró la soledad y el silencio, ya que era veintiséis de diciembre y cerca de las ocho de la mañana.
Las casas eran bruscamente diferentes, como si cada una hubiese sido sacada de un tiempo y lugar distintos, a simple vista, parecían un collage de imágenes sobrepuestas. La muchacha avanzó despacio, dándose el tiempo que fuese necesario para observar en detalle cada una de ellas.
Luego de la segunda cuadra, apareció a su derecha una plaza llena de enormes árboles marchitos y cubierta totalmente de pasto, en el medio de ésta se levantaba una estatua de un gris oscuro y mohoso, representaba la figura de dos ángeles: un hombre y una mujer, él sólo tenía el ala izquierda y ella sólo la derecha, tomados de la mano escapaban de un tenebroso mar tallado en la roca, desde donde se encontraba alcanzaba a ver el amor en sus rostros y el inmenso alivio que les producía el poder por fin huir de este mundo. La niña los quedó mirando con la certeza de que en cualquier momento se desprenderían y emprenderían su viaje hacia el cielo, pero como esto no sucedió, continuó avanzando por la misma calle.
- Sss…
Una voz la detuvo, miró hacia atrás. No había nadie.
- Ssssss…
Levantó la vista, una enorme casa azul se imponía a su izquierda, tenía tres pisos, el primero y la mitad del segundo se escondían tras una maraña de árboles y enredaderas.
- Seee…
Nadie más… sólo la casa y ella. Pero era imposible…
- Serird.
Silencio.
Hace ya muchos años te vi por primera vez, frente al mar; quise acercarme mas no me moví, creo que en aquel momento preferí observarte desde la distancia. Tenías aquella actitud serena que te caracterizaba y que te hacía encajar perfectamente como miembro de la guardia del rey. Admiraba tu valor, es cierto, tu forma pausada de pensar, de actuar y de hablar como si todo tuviese la misma importancia… al principio tenía la sensación de que te dejabas llevar por la corriente, luego fui notando que actúas sigilosamente, casi en secreto para lograr lo que te propones, mueves las cosas con infinita paciencia, parte por parte, pieza por pieza, hasta que algo cede, una ínfima partícula de aquel enmarañado edificio. Todo se desploma y has ganado y es otra de tus batallas victoriosas…
Soy absolutamente contraria a ti, yo que me debato con el mundo a golpes, forzando, destruyéndolo todo, no puedo esperar a que las cosas caigan por su propio peso, por la infalible fuerza de gravedad y en mi desesperación me enredo más y más hasta que ya no sé como salir del embrollo que yo misma construí. Y me vengo con el edificio abajo.
No me extrañó que te eligieran aquél día para la misión.
Cuando reaccionó sacó de su bolsillo un papel y lo leyó un par de veces mientras miraba perpleja el edificio; la dirección coincidía. Se apresuró a buscar las llaves y abrir la puerta de la reja, la cuál chirrió resistiéndose sólo un poco. Posteriormente encajó la llave en la puerta de madera y se encontró en el interior justo cuando un profundo trueno desencadenó una copiosa lluvia que acabó con la paz reinante.
Constanza comenzó a correr cortinas y abrir ventanas para dejar entrar luz y aire a las habitaciones. Se puso a barrer con una escoba que halló en un rincón el polvo acumulado durante años de abandono y a sacudir la superficie de los muebles y de los pocos electrodomésticos que quedaban: un refrigerador, una cocina, una televisión y una radio, todos muy viejos y con pocas probabilidades de ser útiles. Se preguntó por primera vez si habría sido una buena idea el venir sola a una ciudad tan distante, pero tras recordar momentáneamente el pequeño departamento en que vivía toda duda se alejó de inmediato. Cerca de la puerta un enorme reloj de péndulo daba la hora exacta lo cual consideró como un buen augurio y se limitó a continuar con su recorrido.
Tras un amplio living y comedor, seguía la cocina y luego un pasillo franqueado por puertas blancas a ambos lados, todas las piezas eran parecidas y algunas estaban amobladas con camas u otros muebles, el corredor culminaba en otra puerta blanca que por más que intentó con las llaves que le quedaban no pudo abrir, pero supuso que daría al patio trasero. El segundo piso era un poco más pequeño y el tercero aún más, encontrándose en éste último sólo dos habitaciones y un baño. Luego de recorrer toda la casa Constanza eligió como su habitación la del tercer piso que daba a la calle y se sentó en el marco de una ventana a ver la lluvia.
Momentáneamente el viento entró a raudales trayendo consigo algunas gotas que recibió con los ojos cerrados, casi sin darse cuenta los dedos de su mano derecha buscaron el reverso de la muñeca de la izquierda, donde como una cicatriz estaba marcado este signo: . Es verdad, había olvidado la piedra por completo, caminó hasta su bolso y con ella en mano volvió a sentarse en la ventana observándola a contraluz como lo había hecho tantas veces. La había encontrado una tarde de septiembre en que el viento soplaba particularmente fuerte, arrastrando hojas y algo de basura que giraban a su alrededor, siguiéndola. O al menos eso le pareció mientras sus propios pasos vacilaban, resbalando sobre la vereda al ser empujada por el viento. Tropezó y cayó, entonces las hojas secas la rodearon y pudo ver una luz entre ellas, alzó una mano en su dirección hasta alcanzar una irregular piedra verde claro que tenía una consistencia como de cristal, ésta dejó de brillar inmediatamente con lo que el viento perdió fuerza y pudo levantarse. Como la piedra traía un cordel delgado se la colgó del cuello y entonces una ráfaga la rodeó y pudo ver como se dibujaba en su muñeca aquél signo. Era una señal de la que desconocía el significado, pero no parecía representar ningún peligro, se colocó la piedra al cuello nuevamente.
Pasó unas horas más ahí debatiéndose entre el sueño que traía por haber pasado la noche anterior en el bus y el deseo de saborear sus primeros momentos sola en un lugar distinto y con un clima que iba al revés. El hambre la despertó por completo cerca de las cinco, afuera seguía lloviendo y aunque creía traer algo de comida en su equipaje decidió salir a buscar algún almacén.
Jamás se le habría ocurrido llevar un paraguas a sus vacaciones de verano así que se puso la chaqueta más abrigada que empacó, cerró la puerta tras de sí y echó a andar por las desoladas calles de Luz.
Su madre había encontrado en el diario el aviso de la venta de la casa a un precio ridículo para su tamaño pero no había sido comprada aún por los rumores que corrían en torno a aquella ciudad llamada “Luz”, debía haber algo extraño en una ciudad cuyos habitantes habían decidido vender la mayor parte de las casas, pero como su madre no era supersticiosa no hizo caso de las advertencias de sus amigas y decidió comprarla.
Constanza vivía con su madre, su padrastro y sus dos hermanos, en un departamento arrendado en el sexto piso de un gran edificio en el centro de la capital, como Consuelo y Leonidas debían trabajar por el verano y su hermano mayor aún no terminaba sus clases, le ofrecieron ir sola a conocer la casa nueva. La niña aceptó de inmediato; tenía deseos de pasar un tiempo lejos del ruido y la contaminación.
Todo eso estaba lejos de explicar que la casa le hubiera hablado, ni que significaba aquella palabra “Serird”, lo único que tenía claro es que algo había de verdad en los rumores que corrían en torno a la ciudad.
Tras algunas cuadras se encuentra con un riachuelo y avanza por el primer puente que encuentra; a pesar de la lluvia, se detiene en el medio a mirar el correr de las aguas sin reparar en que se estaba empapando. Casi podía afirmar que la mayoría de las casas se encontraban deshabitadas, tampoco había visto personas en la calle…
- La lluvia – dijo en voz alta intentando convencerse con tal excusa, sonaba bastante razonable “…aunque también podría ser un buen argumento para una historia de terror…” pero no quiso darle más vueltas al asunto.
Vio un paraguas azul que se acercaba por su derecha y lo siguió observando hasta que llegó a su lado. Una persona: con eso se conformaba. Era un muchacho de su misma edad y se detuvo junto a ella preguntándose porqué lo miraba tanto y quizás algo preocupado por lo mojada que estaba.
- Estás bien?
Constanza se sobresaltó.
- Sí… Sabes donde hay un negocio por aquí?
- Dos cuadras hacia allá – respondió él señalando la dirección desde donde venía – luego doblas hacia la izquierda.
- Gracias.
Siguió su camino y luego de unos segundos Constanza hizo lo mismo, habría querido preguntarle más cosas pero no estaba segura de lo que quería saber.
Creo que sentí un cariño casi infantil por ti, desinteresado e ingenuo. Mi padre era miembro de la guardia real también, y aunque eras sólo 5 años mayor, yo era invisible ante ti. Tus intereses siempre estaban demasiado lejos, como cuando te conocí mirando el mar y antes de saber quien eras, ya sabía que tu alma se encontraba en ese horizonte y que te irías siempre como el sol, viajando sin descansar tras tus imposibles. No había espacio para mí en tu universo.
Después supe que eras el miembro más joven de la guardia y aprendiz del Mago, y que siempre notaste mi presencia cuando te miraba a la distancia sin atreverme a hablarte incluso cuando ya conocía tu nombre…
- ¿Por qué te quedas sola aquí?
Te busqué frente al mar para convencerme de que eras tú quien estaba a mi lado, pero no quise mirarte, no entendía la razón de que me hablaras. Llevaba algunas semanas siguiéndote, era joven y no tenía nada que hacer… que patético parece todo ahora, pero en ese entonces era trascendental, eras un ente mayor, un ser mágico… Ni comparable a la imagen del héroe que tenían las niñas de mi edad. Y yo… yo no era más que un insecto maravillado con la luz del sol.
Luego de las dos cuadras había una plaza un poco más pequeña que la que había visto al llegar, estaba cubierta de maleza y árboles y en su centro, un tanto escondido había un majestuoso león que aunque la piedra con la que estaba hecho era gris y resquebrajada; parecía real y su tupida melena simulaba ser sacudida por el viento mientras sus grandes ojos escrutaban el cielo con tristeza. A esa distancia incluso las gotas de lluvia parecían lágrimas y llenaban la pileta a sus pies que hace mucho tiempo atrás recibía el chorro de agua que salía por la abertura en su hocico.
En el negocio no había mucho donde elegir, un hombre excesivamente amable la atendió y luego de comprar lo que necesitaba volvió a el casa azul, de regreso no vio a nadie más. Se cambió la ropa mojada y buscó los utensilios de cocina que había traído. Cuando terminó de comer comenzó a desempacar sus cosas y luego de eso volvió a mirar la piedra; quizás debía servir para algo, pero lo que realmente le preocupaba era la cicatriz: le parecía que la habían marcado, debía tener un significado y no estaba segura de si era bueno. Así tal vez sería más fácil de encontrar…
Por quién, por quiénes? No, sólo estaba dándole demasiada importancia a las cosas. Las nubes se oscurecieron paulatinamente dando paso a su primera noche en Luz, la lluvia amainó hasta desaparecer y las nubes parecieron adelgazarse un tanto. Quizás había sido sólo un día de lluvia, no era tan inusual que un día del verano fuera frío y lluvioso. Además había visto dos personas ya, y el negocio era una huella de la civilización, prueba de que no había nada de raro en esa ciudad, nada de terrorífico… de mágico.
No había pensado en aquella última posibilidad antes, pero la calmaba un poco. Entonces miró la piedra que había mantenido entre sus manos mientras sopesaba las diferentes posibilidades, estaba ya prácticamente convencida de la normalidad del lugar, pero en donde debían estar sus manos no había nada, sólo la piedra flotando a pocos centímetros de sus brazos que le parecieron borrosos y desvaídos. Asustada, soltó la piedra que fue a dar al piso y miró detenidamente como sus brazos volvían a ser visibles, recogió la piedra. Sería eso? Cerró los ojos y la sujetó con firmeza intentando concentrarse como lo hacían en los libros y en las películas que había visto, cuando sintió que algo había cambiado los abrió e intentó verse, no pudo. A pesar de que sentía perfectamente cada parte de su cuerpo, era invisible; la sensación de estar flotando le dio nauseas y se dejó caer en la cama mientras su cuerpo aparecía nuevamente.
Ya sabía que la piedra tenía una utilidad, sólo debería aprender a manejarla y podría ser invisible cuando quisiese. Rió pensando en que tenía con que sustituir la falta de internet para entretenerse; lástima que en la ciudad no viviera más gente, si no había nadie para no verla daba lo mismo ser invisible o no.
Se colocó el pijama y se durmió de inmediato.
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