Se llevaban demasiado bien, estaban tan hechos el uno al otro que compartían gustos, costumbres y conductas. Por tanto también, sus vivencias eran casi idénticas, sus opiniones equivalentes y sus experiencias simétricas.
Aunque parezca mentira, tanta sincronía puede suponer un gran problema; por lo pronto, cada vez que uno de ellos comenzaba a hablar, el otro reaccionaba recitando el final de la frase que el primero tenía pensado decir. Naturalmente no existía conversación alguna entre ellos; tan solo alguna vez, que uno daba su brazo a torcer y permanecía callado dejando al otro terminar su frase, existía una comunicación oral; pero de todas formas resultaba algo terriblemente aburrido, pues ya sabían de antemano y de forma casi exacta, cual iba a ser el contenido de la locución del compañero.
Existían mas problemas; en realidad la vida en común era una eterna complicación; a los dos se les apetecía dormir en el lado de la cama que daba a la ventana; a los dos se les apetecía tomar una coca cola en el mismo momento; entrar al baño, tomar una ducha, comer el mismo trozo de pollo o leer el mismo libro, con lo que las discusiones eran constantes y las peleas y enfados inevitables y continuos.
Menos mal que de manera irremediable, al poco de cada enfado, los dos sentían las mismas e irrefrenables ganas de reconciliarse. Por lo que la sangre nunca llegaba al río.
Pero un buen día; uno de los dos, harto ya de que se repitiera la misma historia a diario y una vez que su pareja se había ido hacia el trabajo, aprovechó para recoger sus cosas y marcharse… descubriendo que faltaba un cepillo de dientes, una maleta y la mitad de la ropa del armario.
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