En un bar de noches sin calma hay un barco que navega, sin timón, sin bandera y con dos pasajeros presos de la ceguera. Los canticos de ron añejo dejaron paso a las noches en vela, a los pacientes de la acera de la señorita Reina de todas las Mercedes y esta, como madre incesante de amor a la lujuria, permite sueños de libertades.
En ese barco no caben las tempestades, azul son sus colores y tumultuosas sus mares. las olas traen el olor de las playas perdidas de Cádiz, el azahar del antiguo puerto de las indias, canciones de Adios, de Agua, de Dieguitos y de Mafaldas, de no llorar, no llorar en la madrugada. Traen la locura de los pasajeros, ¡que locos que están! no se extrañen si les cuento que se pasean, ni mas ni menos, que bajo el sueño de la eternidad y haciendo oidos sordos de todo lo hablado, vuelven a caer y vuelven a caer y vuelven a remar, siempre uno al lado del otro. |