Segunda Parte
Jerry Thomas, era el cocinero, un hombre rechoncho, de gruesos bigotes y rostro rubicundo. Una de sus características principales era la de ser muy hosco y poco comunicativo. Al caminar, presentaba una leve cojera, no por algún accidente, sino por su sobrepeso. Todos le respetaban, pero, a su vez, le repudiaban. Sus ayudantes eran dos chicos y una chica, ella era una jovencita china que había llegado al departamento para realizar labores de aseo, pero, gracias a su prolijidad y extremada gentileza, fue promovida como ayudante de cocina. Ella era una personita baja y retraída que siempre sonreía, tornándose sus ojos en dos pequeñas rayitas horizontales.
Los ayudantes, eran dos muchachos afables que hacían las tareas, entre bromas y risas sofocadas. Ambos, no podían explicarse como fueron víctimas de un sueño tan profundo, que había permitido la fechoría de los desconocidos. Se apreciaba cierta despreocupación juvenil en cada uno de sus ademanes.
La Gatita Christie recorrió el vecindario en busca de testigos. Nadie vio nada y sólo un ciego, que poco hubiese podido aportar en este sentido, le manifestó haber escuchado un zumbido extraño, a tempranas horas de la mañana. En la madrugada, todos los sonidos resultan diferentes y eso pudo no ser relevante.
Revisando los antecedentes del personal a cargo del apartamento de Perry Taxton, la Gatita Christie pudo recabar que el viejo cocinero trabajó hasta unos pocos meses atrás, en el Bar de Ruby Staglionne, un siciliano que había llegado a América hacía más de cuarenta años, logrando forjar una enorme fortuna, con negocios de dudoso origen. El hombre había recomendado a Taxton a su cocinero más experimentado, cuando decidió que éste ya no encajaba en sus planes de renovación.
El Bar de Ruby, contaba con un espectáculo de variedades, en donde se destacaba la rubia Cindy, cuya hermosa voz y deslumbrante belleza, atraía a mucho público. Julio Peredo, un cubano experto en Tap y Johnny Truco, un fabuloso prestidigitador, eran también parte de este entretenido show.
Mientras la Gatita Christie libaba una copa de vino chileno, contemplaba el entorno con ojitos achinados. La gente había comenzado a llegar y un desafinado cantante se atrevía con un aria napolitana. La detective sacó de su cartera un papel y comenzó a tomar nota:
-Veamos- se dijo, mientras paladeaba el exquisito licor. –Nadie ha visto nada, o nadie quiere involucrarse. Es posible que teman que Perry Taxton tome represalias. En ese caso, quien menos tiene que perder, aquel ciego, ha sido el que ha declarado sin cortapisas. Las huellas correspondían a cinco personas, uno de ellos, renqueaba, ¿era eso?
Y mientras trataba de encontrar una mínima pista, se dejó transportar por la voz melodiosa de Cindy y por los malabares de Johnny Truco.
-¿Ustedes también trabajaban en el bar de Ruby?- preguntó la Gatita a los empleados jóvenes.
-Si, señorita. Nos vinimos junto a Jerry, el cocinero. Como él nos había contratado, nos trajo con él.
La Gatita alzo una vez más su ceja. Pero nada dijo...
(Continúa)
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