Con su paisaje verde, arbolado, y sus praderas amarillentas salpicando el lugar; sus casas de piedra con tejados de pizarra, sus amables gentes y su alegre cascada; bordeada por un riachuelo y en sus cercanías, las charcas de agua helada en las que nos refrescamos en verano, desnudos y colocados.
Lugar tranquilo como no hay otro, apacible, increíblemente limpio y repleto de belleza.
En sus cercanías, un pequeño pueblecito de pequeñas casas supone el primer rastro de civilización, y aunque nada moderno, es sublime su belleza. Mas allá, hacia el este, encontramos alguna aldea, y en la lejanía, un pequeño pueblo habitado por unos pocos. Hacía el oeste, no tan lejos, otro pequeño núcleo en iguales circunstancias.
Y es en las proximidades de nuestro pequeño riachuelo, donde se celebra la fiesta en honor de la música y los adictos a la misma; y es en ese momento cuando fluyen los acordes y la diversión, fluye del mismo modo el alcohol, y la leña arde sin cesar. La gente baila, bebe, interpreta, y se divierte en consecuencia.