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Dos, tres, cuatro, cinco. . .los minutos pasaban con un suave vaivén mientras tu dormías con aquella tranquilidad angelical que te persigue, estabas ahí, recargada sobre la banca escuchando al profesor hablar. Recuerdo a la perfección aquel día como el mejor de mi vida, porque ese día te conocí. Me acuerdo de tu cabello lacio descansando sereno sobre tu cara y tus ojos verdes apenas resplandeciendo entre la pesadez de tus párpados, entrecerrándose con el paso de los minutos y dando paso a un letargo breve, pero lo suficientemente largo para evadir el mundo por cuarenta minutos.

Aquel día te desperté justo antes de que terminara la clase, me sonreíste con aquella sonrisa que sería después mi vicio. No te conocía, pero tu imagen venía a mi como un deja-vu y tu voz sonaba dulce mientras te presentabas, dándome un aire de extraña familiaridad que no he conocido hasta hoy; me dijiste tu nombre, Daniela, que hoy mis ojos no pueden leer sin soltar una lágrima que escapa como prófuga del encierro en el que vivo.

Caminamos esa tarde hasta tu casa, riéndonos de casi todo lo que encontrábamos en el camino mientras tu madre te esperaba un tanto preocupada, mordiéndose las uñas y asomándose a la calle de rato en rato en dirección por donde usualmente deberías estar llegando. Mientras nosotros respirábamos la brisa de aquella lluvia de mayo y pisábamos los charcos como si nunca hubiésemos crecido; me contabas de tus amigas y yo asentía con un gesto de atención, aunque me distraía el rubor de tus mejillas que el frío había hecho sonrojar.

Al llegar, recuerdo la expresión de alivio de tu madre, que corrió a abrazarte mientras tu te sonrojabas aún más, no se si era porque yo presenciaba la escena o simplemente porque tu madre había olvidado saludarme. Después de calmar sus ansias maternales, me observó fijamente por unos segundos y luego soltó una risa que yo tomé como un gesto amable, me ofreció entrar, pero aún no sentía la confianza suficiente como para aceptar la invitación, por lo que me negué pretextando que tenía que llegar a mi casa.

El camino hacia mi casa fue lo más divertido, me reía en secreto pensando en lo estúpido que había sido el hecho de haber salido huyendo de tu casa y de vez en cuando soltaba una carcajada que provocaba la risa de quien me veía caminando bajo la lluvia. Esa tarde caminaba como aquel que encuentra el sentido de su vida, respirando entrecortadamente por la emoción que me causaba haberte conocido; sentía una rara mezcla de adrenalina y felicidad mientras veía mi casa a lo lejos, bajando por aquella colina por la que había caminado los últimos diez años de mi vida.

Descubrí ese día lo que era vivir, y pensando en ello me tomó varias horas conciliar el sueño. Incluso mi madre, cansada de un día laboral, pudo notar la felicidad que irradiaba y sonrió tranquilamente mientras besaba mi frente creyéndome en sueños. Finalmente, caí en un sueño profundo después del día más feliz de mi vida.

Desperté, con la convicción de que todo era distinto. Me vestí y salí corriendo a la escuela, usualmente lo hacía para no llegar tarde pero esta vez era diferente, me senté en una banca hasta que te vi llegar. Caminaste hacia mí y me abrazaste como se abraza a el ser querido y ese sentimiento de que nos conocíamos hace tiempo empezó a ser el ambiente permanente entre tu y yo. Me presentaste a Erica, que poco a poco se convirtió en algo más que nuestra amiga, era más como una hermana; y los días pasaban uno tras otro sin que el sol de junio opacara la luz de tus ojos verdes y sin que el calor de julio se comparara con la calidez de tu sonrisa.

Nuestro primer beso fue a la sombra de un árbol en otoño, que nos había visto jugar desde la primavera y nos cobijaba con sus ramas, dejando caer constantemente sus hojas que más bien parecían las gotas de aquella lluvia de mayo en que te conocí. Me preguntaba el porqué una criatura tan preciosa podía haber pasado desapercibida por el mundo, cuestionándome cómo era posible que hubieses llegado a la adolescencia sin perder un poco de inocencia. Y como la perdimos tu y yo en noviembre de aquel año.

Y los rumbos de nuestras vidas parecían unirse, sin preocuparse del mundo exterior. Aún aquel día que me desperté, esta vez sin el temor acostumbrado a perderte. Por alguna razón ese sentimiento que me perseguía desde que te conocí por fin se había ido. Me levanté de la cama, con esa felicidad tan acostumbrada que me daba el pensamiento de tenerte cerca.

Al llegar a la banca donde te esperé cuando te conocí, vi a tu madre con lágrimas en los ojos, que produjeron en mí un escalofrío de punta a punta. Las palabras que necesitaba en ese momento aún no han sido inventadas, siendo éstas intrascendentes en aquel momento y con un simple beso tu madre se despidió de mí. Te extraño.

La joven dejó la carta sobre el pasto y corrió bajo la lluvia de mayo que tantos recuerdos le traía. Las estrellas la miraron caminar mientras Daniela se enamoraba de la luna.

Texto agregado el 11-05-2004, y leído por 300 visitantes. (2 votos)


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