Erasé una vez, hace mucho tiempo, un viejo leñador que caminaba por un frondoso bosque en medio de una gran nevada. El anciano leñador tenía ya las manos y los pies helados y, ya casi estaba, al limite de sus fuerzas pues llevaba largas horas caminando en medio de la nevada y no había conseguido ni una brizna de leña seca para calentar su hogar.
Estaba ya a punto de desfallecer cuando algo llamo su atención. Era como el llanto de un niño. El anciano rebuscó entre la hojarasca y encontró a un niño recién nacido; envuelto en una simple sábana y tiritando de frío. Elanciano se apiadó de él y, estrechandolé entre su cuerpò para darle calor, decidió regresar a su cabaña.
Cuando llegó a su humilde cabaña su esposa, una mujer tan anciana como él, le salió a recibir. El anciano la mostró al niño y, al verlo, la mujer también se compadeció y ordeño una cabra para darle alimento al niño, hecho las últimas briznas de leña a la chimenea para darle calor y llenó al niño de mimos y de caricias; pues, aunque siempre la habian deseado, el matrimonio no había tenido descendencía. Cuando el niño ya se había dormido el anciano matrimonio se acosto.
A la mañana siguiente, el día de Navidad, el matrimonio fue a ver como se encontraba el niño.
El niño, que en realidad era Jesús, les sonrió y, ante el asombro de los dos ancianos, les comenzó a hablar con dulce y melodiosa voz
- Me disteis abrigo cuando tenía frío, me distes alimento cuando estaba hambriento, me disteis cariño cuando estaba desolado. Todos vuestros sueños sé cumpliran. No pasará un año antes de que tengais descendencía y, si excavais en el suelo de la cabaña, encontrareis un gran tesoro.
Dichas estas palabras el niño desapareció; pero cumplió su palabra.
En el suelo de la cabaña el matrimonio encontró un gran cofré repleto de oro y joyas y, antes de un año, el matrimonio, que ya pasaba de los setenta y muchos años, fué bendecido con la llegada de un niño con el cabello tan rubio como el mismo sol y unos ojos tan azules como el cielo limpio de nubes y que fué el sustento y la alegria de sus padres