Suplicante, ojos, vidrios, mirada trágica, parte de la paga, su bofeteada consiente, manojo de piedras, ¡merece la muerte! . Le quitan la ropa, ha pecado, admite que cae, no piensa , le duele, ha sabido esculpir fantasías en papel, en tercera persona siempre, su cordura se torna lánguida, la familia se estremece...
Cuentan todos, la noticia corre en el viento, del acto, olores, cruje ya su perdón, y no hay tregua a si incoherencia, estúpida utopía – menciona- no grita... saliva de la ajena, una mano que busca furiosa el fuego, gota de soga, mar del alma, trepanación, sangre, hierro... ¡merece castigo!... procedan ¡he dicho!
Condenada a la nada de todas formas, alma... ¿dónde está el alma cuando todo se ha perdido? Mas súplica en sus ojos, pestañear preciso, quemazón ante quienes amó, misericordia lejana, ha caído en lo bajo, que descienda más en su propio piso.
Anochece la muerte, y el festival de los “santos” han erigido otro pilar, hicieron bien, la quemaron, se libraron de un caso perdido, por amar, pobre tonta, no ver la marca en la frente, amar a quien pertenece a otra, territorio prohibido... como cuando los demás juzgan, admiran lo que no tienen, hacen de un pecado, exquisitez de su pobreza
Y ella los observa con Dios a su derecha, cualquiera cae, cualquiera, lo importante es abrir bien los ojos que la condena de fuego que ella sintió en la tierra, para la eternidad permanece en el libro de los que quedaron comiendo polvo y creyendo celebrar; limpiaron un alma “sucia”, ellos siguen estando inmundos.
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