La había conocido apenas media hora antes a través de la mirilla de la puerta. Me afané la tohalla como pude e imaginé fugazmente que vendía libros eróticos. Pasó resuelta hablando del frio, de los pies empapados, de este tiempo del carajo, de los libros ensopados e inservibles. A la mierda con el trabajo y se quito un botin sin soltar los cordones.
-¿Perdon?- Pude decir al fin.
Entonces la vi temblando, sonrojada y fresca. No se qué me empujo a acercarme y tomar su pie arrugado y frio y colocarlo entre mis manos, cubrirlo de aliento y frotarlo contra mi pecho. Yo no soy así, yo suelo pensar que soy así, pero no lo soy. No dijo nada más.
Cerré los ojos y me dejé resbalar por su espalda. Latía, no se si yo o ella o el universo. Había un sonido de fondo zumbando como el de una gaita, un abejorro borrando el resto del mundo acústico, una interferencia afinando el resto de los sentidos. Estaba excitado. Mi boca, por su cuenta, había comenzado a besar. Lamía, intercambiaba latigazos redondos en la húmedad caliente de la suya. Bebía de ella y mi mente iba detrás, siempre detrás, como se va tirado por la correa de un perro celoso. Podia sentir su cuerpo entregado y la intemperie era ahora calurosa. Mientras buscaba con mi brazo su costado mi mano resbaló en el sudor de la sierra dorsal hasta posarse en su nalga. Entonces zumbó más intenso el silencio,como en el patio de butacas la milessima antes de la orquesta. Subí la mano hacia el pecho y al tocar la última costilla vibró, como una tecla rota de piano, un "re" en el aire. Abrí los ojos desconcertado. Ella seguía meciendose, ajena, sobre mí. Contenido por lo ocurrido tanteé mas arriba buscando otro sonido. Salió caliente, más seguro, un "sol" redondo pero a destiempo desde la sexta costilla, la derecha. Ella pareció perder un segundo el ritmo. Me disculpé como pude por mi torpeza, aún con los ojos abiertos y el corazón amordazado. Bailaba sin música, resbalaba sobre mí. Algo bajo mi piel , la carne de mis dedos buscaba sus sombras, sus ecos, los filos, sus silvos, las curvas, sus tiempos, mis frenos. Arrastrado me costaba pensar. Abrí los ojos, de repente, cayendo en cuenta de la locura. Mis manos no podían parar, subían y bajaban feroces por entre sus costillas buscando a veces huecos oscuros para los graves, rozando leve los pezones como platillos, serpenteando en la flauta de su columna, y ella bailaba dando fuelle a la gaita, roncando cien enjambres ya de abejas y parecía venirse a quebrar un muro en un momento cada vez más inmediato, mas urgente, cada vez un poquito mas cercano. Tuve que abandonarme y me hice música. Una orquesta azul invadía desde dentro mis huecos siempre negros y desesperados. Y era ella la misma música, y eran alaridos de tenor, batuta en el alto aguantando la orquesta, violines creciendo, cuerdas tensas vibrando, tendones afinados al limite, timbales de tripa apunto de estallar.
Duró la eternidad perfecta de una vida, lo que la muerte. Recoger un poco de vergúenza, disimular una sonrisa y marcharse.
Así quedó ronco, goteando,alejandose el zumbido ya sin aire.
Me he quedado sordo, para siempre. Jamás he podido oír una nota ni un verso, una palabra. Ni los mismos fuegos de artificio que miro sin ver en algunos sueños vacíos.
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