Inicio / Cuenteros Locales / gui / La rebelión de las estatuas
Las estatuas humanas ya copaban todos los sectores de la capital. Equilibrándose en una quietud que espantaba, sólo cambiaban de posición cuando una moneda tintineaba en el tarro de las ofrendas. Había de todo: figuras egregias, mimos, peponas, príncipes árabes, seres mitológicos o personajes del cine, todos y cada uno adquiriendo una rigidez abismante que encandilaba a los adultos y asustaba a los niños.
Pronto se las comenzó a utilizar para adornar jardines, para posar delante de algunos nichos y agregarle estatus a esas humildes tumbas y se dieron algunos casos muy particulares en que se les empleaba puertas adentro para ornamentar alguna modesta recámara.
Extrañamente, ese día desaparecieron todas las estatuas de la capital. Ni Pedro de Valdivia, ni Andrés Bello, ni Faustino Sarmiento, ni Salvador Allende, ni ese alcalde fallecido trágicamente, ni la Mistral, ni Arturo Prat, ni la Virgen del San Cristóbal ni nada. La conmoción fue tal que la actividad en la capital se suspendió por completo y todos se ubicaron frente a los televisores para enterarse de las noticias. No existía ninguna pista pero se presumía que se estaba ante un insólito contrabando de estatuas y que para sacarlas de sus respectivos sitios se habían empleado sofisticados métodos.
Una ciudad sin estatuas es una ciudad sin historia. Por lo tanto, el genial alcalde –mago que tiene la capital, urdió el siguiente plan: llamó a propuesta a todas esas estatuas humanas que atiborraban el centro y las contrató para que reemplazaran a las originales. Por lo tanto, un diminuto Pedro de Valdivia se encaramó sobre un caballo de cartón piedra, Un barbado príncipe oriental se encasquetó el uniforme de Arturo Prat, enarbolando una espada de hojalata que indicaba a la costa, se buscaron los dobles de… para reemplazar a don Salvador, a la Gabriela y al alcalde fallecido y todos ellos cumplieron horarios de ocho horas diarias, con derecho a colación y horas extras y nada de recibir propinas ya que en esos momentos eran funcionarios públicos pagados por la alcaldía.
El problema de la gigantesca Virgen del Cerro San Cristóbal –ahora denominado Parque Metropolitano- se solucionó de la siguiente manera: Se buscó a una mujer de rostro angelical, se la montó sobre unos enormes zancos y se la recubrió con una gigantesca túnica blanca. Vista desde lejos, era la madre de Jesucristo en persona sólo que su cabeza parecía haber sido jibarizada.
Al mes –y cuando el asunto de las estatuas ya no era tema noticioso- una inmensa columna de seres blanquizcos apareció desde el oriente de la capital. ¡Eran las estatuas desaparecidas que al parecer venían desfilando desde la parte alta de Santiago! Se escuchó una voz tronante que decía- : ¡No a la competencia desleal! Un no coreado por un centenar de gargantas marmóreas y otras de hierro, retumbó en la Alameda. La gente, espantada, se había ocultado en los locales comerciales y desde allí atisbaba a la extrañísima columna.
-¡Vivan las estatuas que recuerdan el patrimonio cultural de la patria!- dijo Gabriela Mistral y el resto bramó -¡Vivaa! Las fuerzas policiales observaban expectantes la inusitada marcha que a todo esto ya había llegado al Palacio de la Moneda. Un guanaco –vehículo que arroja agua de dudoso origen cuando los manifestantes se tornan agresivos, merodeó el lugar pero fue conminado sólo a mantenerse alerta. La Virgen del San Cristóbal resaltaba sobre el resto y en su rostro se reflejaba una inmensa paz.
Cinco días después, todas las estatuas estaban en su lugar primitivo. El alcalde y Pedro de Valdivia, presidente del gremio estatuario, habían firmado un acuerdo que prohibía estrictamente el deplorable espectáculo de esos seres que las imitaban burdamente por el estipendio vulgar de unas cuantas monedas.
Ahora, el alcalde tiene que vérselas con el batallón de desempleados que han acudido en masa a sus oficinas para que les solucione su problema. Se ha pensado en emplearlos como maniquíes en las grandes tiendas…
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Texto agregado el 10-05-2004, y leído por 1088
visitantes. (6 votos)
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Lectores Opinan |
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14-05-2004 |
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Digno cuento, de un escritor como Vos. No puedo decirte otra cosa mas que :gracias. (Mi imaginación y la sátira que no la puedo evitar, están a pleno, pues me pusiste, o me puse, en el Lugar del Alcalde o Intendente. ¡Haría cada cosas con la mayoría de las estatuas!). Felicitaciones, Gui, por el texto. islero |
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12-05-2004 |
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Coincido con ignacia, me dan cosita los mimos, estatuas y hasta los payazos, los veo tristes, decadentes sin amor propio, en fin... Tu texto precioso como siempre, un beso AnaCecilia |
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11-05-2004 |
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Ni para qué preguntar por el nombre del mago- alcalde, estoy con las estatuas y su rebelión, pocas veces me encuentro con las estatuas vivientes, me incomodan, no me gustan, no sé por qué desde niña, en mis tiempos de bailarina, los mimos me enfriaban el alma. Muy bueno tu cuento amigo, como todo lo que escribes, calidad, sentimiento, narración. Alumbro tu noche, fría como la de hoy, con mis estrellas y mi agradecimiento por el texto. Ignacia |
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11-05-2004 |
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Aqui en España, hay un monton de estatuas colocadas por los alcaldes y ministros, no se mueven , no hacen nada, hay quien dice que no se llaman estatuas sino " funcionarios",je,je barrasus |
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11-05-2004 |
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Muy bueno. Aquí en Francia, se cambió la moda y se construyen pirámides de cristal. ¡Faraones! no solo están en Egipto y hace no sé cuánto miles de años antes de ..... Maravillas |
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