las ocho de la mañana tocaba las puertas de mi casa. bajé las escaleras y ya eran las ocho y diez de la mañana. abrí la puerta y un reloj con sus manecillas en movimiento exacto me saludó. pasé, le dije. entró y ya eran las ocho y veinte de la mañana. le pregunté cuándo llegaría mi hora. sonrió tanto que hasta el aire temblaba abatiendo las paredes de mi casa. ya eran las ocho y media de la mañana cuando el reloj me cantó un bello poema:

tic-tac, tic-tac...
tic-tac, tic-tac...
tic-tac, tic-tac...
tic-tac, tic-tac...
tic-tac, tic-tac...

gracias le dije y este dijo de nada con movimiento exactos. le acompañé hasta la puerta de mi casa y ya eran las nueve de la mañana... le abrí la puerta y cuando la cerré todo el cuarto en que me hallaba empezó a brillar tanto que entendí que la hora había llegado a su final... pude ver mi reloj con bastante dificultad: las nueve y cinco de la mañana. la hora en que entraba al inicio y al final de mi existencia...

san isidro, diciembre de 2008