Estábamos en esa pequeña habitación, de aquel pequeño departamento. Oíamos autos pasar tres pisos bajo nosotros, oíamos sirenas aullar lejos, entre los edificios. Algún perro ladraba, los vecinos discutían, como siempre, nosotros intentábamos ignorarlo, en silencio.
Yo observaba por la ventana, mirando la sucia y pequeña calle, los niños jugando, unas señoras conversando en los apretados porches de los apartamentos de enfrente. Él por lo menos no fingía, sólo estaba sentado ahí tras de mí, junto a la puerta, con la mirada perdida, esperando.
Volteé levemente a verlo, me miró, pero apartó sus ojos de los míos. Giró su cabeza, dejándome verlo de perfil, bajando la vista al suelo, muy triste, tanto como yo. Quería seguir esperando un poco más.
Quité mis ojos de él y volteé a ver nuevamente por la ventana, el cielo nublado esta vez, las nubes grisáceas que lo recorrían. El sol inexistente bajaba por el horizonte, y el frío llenaba la habitación, el frío que ninguno de los dos podía mitigar. Me puse un delgado chaleco blanco sobre el vestido, abotoné un par de botones, haciendo tiempo que no tenía que inventar, dejándolo pensar.
Me senté en una endeble silla, sin dejar de ver por la ventana. Los niños entraban a sus casas cuando sus madres los llamaban, gritándose rápidamente que mañana se juntarían en el parque.
No lo sabía. Me dijo repentinamente.
No tenías porqué saberlo. Le dije. Otro silencio, no tan largo esta vez.
No dependía de nosotros. Miré por la ventana, un par de aves pasaron volando para ir a dormir pronto. Suspiré aliviada.
No, no dependía, dije. Suspiró aliviado.
Se puso de pie y se acercó a mí. Tomó unas tijeras que había sobre la pequeña mesa y tomó la punta de mi vestido, que era más largo de un lado que del otro. Tomó la punta y cortó un pedazo de mi vestido rojo y lo guardó en el bolsillo de su camisa, sobre su pecho. Me miró un momento, sonriendo tristemente, sin saber qué hacer exactamente, sin saber qué decir exactamente. Al final tomó mi cara entre sus manos y besó mi frente.
Te quiero, pequeña, siempre lo hice.
Tomó la pequeña maleta que había junto a la puerta y se fue, para no volver.