UN MONTICULO EN LA PLAYA
Hacía ya dos años desde que no regresaba a mi pueblo, ese pedacito de cielo que se mece por las olas y que a sus costas llegan rozando. El autobús va anunciando nuestra llegada a la estación y por ser yo el único que se levanta, asumo que nadie más bajará conmigo.
La tarde empieza a caer, con ese sol que va dando a la luz tonalidades anaranjadas, siento como me acaricia ese aire tibio que llega desde la costa con su aroma a sal, envolviéndome en recuerdos felices de mi infancia en la playa.
Después de salir de ese breve letargo, me llama la atención el silencio general en toda la estación de autobuses, que era muy concurrida, al menos así la recordaba. Gire sobre mis talones para verificar si realmente no había nadie aquella tarde y confirmé con un lijero escalofrió que me recorrió la espalda, que no había nadie allí aquella tarde.
Mi primer impulso fue ir a casa de mis padres, ellos ya estaban entrados en años y en la última carta que recibí, me decían lo felices que estaban al saber que ya pronto regresaba, una vez más. Cruce varias calles antes de llegar y por todas partes lo mismo, nadie, ni un alma, hasta los habituales perros callejeros, estaban ausentes, y cuan raro se veía todo, porque ni los pajarillos, quienes nunca faltaban revoloteando por doquier, se habían ido.
Mi andar se apresuro al avanzar dentro de las callejuelas, pero mi ansiedad se hacía tanta que estaba ya andando a trancos, miraba por todas partes con la esperanza de encontrar a alguien, algún sonido, algún indicio, pero nada solo silencio y el crujir de las ramas movidas por un viento ahora frio y húmedo, estaba cayendo ya la neblina, opacando la visión con la llovizna propia de estas costas.
Cuando llegue a la puerta de mi casa pude observar de primera instancia que la puerta estaba entre-abierta; ellos nunca acostumbraban dejarla así, presentí lo peor, será que alguien entro y les hizo daño, me quede por unos segundos paralizado y me empezaron a sudar las manos con ese frio que se siente cuando el miedo te sobrecoge. Con recelo abrí toda la puerta y con decisión entre, no había nadie, y al no escuchar nada tome valor y empecé a llamarlos: -Papá, Mamá están ahí?- corrí hasta el dormitorio de ellos y todo estaba en su sitio, todo igual, la ropa siempre en el orden que ellos tienen organizado, las autoridades no pudieron haberlos evacuado por alguna catástrofe inminente, no escuche nada en la radio durante el camino de regreso, y no había ningún indicio de tragedia masiva, bueno aun no lo sabía.
Ahora el miedo se convirtió en desesperación, corrí hacia el malecón donde también está la plaza principal para encontrar a alguien, algo que me diera una pista de dónde diablos se habían ido todos; si habían tramado una broma por mi llegada, era sin duda una de las más pesadas que me hayan hecho, pero yo no era tan popular como para que alguno de mis amigos convenciera a todo el pueblo y hasta mis padres para que se presten por algo así, tan de mal gusto, no aquí había pasado algo mucho peor que una broma maliciosa.
En el malecón pude contemplar solo la arena, porque la neblina ya estaba algo densa, se sentía en el ambiente como cuando se visita el cementerio, toda la recta de la calle hacia la plaza se veía tétrica, parecía más vieja y lúgubre, casi no reconocía las casas. En mi andar ahora ya lento solo atinaba a mirar a todas partes sin convencerme aun que estaba solo, totalmente solo, algo que nada más que en una pesadilla podría suceder.
Parado en medio de la Plaza desde donde a unos 500mts se divisa el muelle, puede ver un pequeño montículo oscuro, no recordaba que estuviera allí, era muy extraño, porque parecía moverse, es decir como que temblara, no lo dude ni un instante y bajando a la playa corrí por el borde de la playa, conforme iba avanzado se me empezaba a mostrar lo que ese montículo deforme parecía ser, que al estar ya a solo unos 50 mt lo vi en su total dimensión y apariencia, esa cosa era lo más desgarrador y sobrecogedor que haya visto en mi vida, estaba ante un montículo de cadáveres, todos y cada uno de los cuerpos inertes de los habitantes de mi pueblo, varados así muertos por la marea.
Ya no corrí hasta el montículo, solo camine como un zombi sin atinar a nada, y cuando llegue hasta el borde mismo de los cuerpos que me estaban contemplando, sentí una mano por encima de mi hombro, y lanzando un desgarrador grito, me despierto, era una pesadilla y gracias a las benditas manos de mi Madre, que preocupada por mis quejidos me saco de este horrible sueño, y sentí tanto alivio de que haya sido solo eso, una pesadilla. Buenas noches mamá.
Pablo Villanes
Woodbridge, Virginia USA
Noviembre 2008
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