El quijote presenta:“Cartas eróticas íntimas”. Escríbenos bajo un seudónimo y cuenta tu cachonda historia.!!!
Carta recibida el 9 de mayo del 2004.
Desde Tapachula Chiapas, México.
De: “Escritor frustrado”.
Nunca creí sacarme tanto de onda. En serio. En mi andar por el mundo me he topado con cada cosa pero... como dice un amigo: “Tú qué sabes de la vida si nunca te ha caído un elefante encima en pleno parque central”. Y en el campo sexual pues, no están para saberlo ni yo para contarlo pero no estaré muy carita, muy carita pero cuento con una lengua que parece que tuviera vida propia y una mente tan sucia como la de las monjitas que se flagelan extasiadas las espaldas desnudas viendo al hombre colgado en la cruz de madera. Pero bueno, ese no es el caso. El caso es que hace un par de meses conocí a una chiquilla con unos ojos que te dicen todas las palabras pasionales y lujuriosas en unos cuantos parpadeos. Lunares chapoteando por su piel leche: blanca, mejillas como duraznos recién mordidos. Y la boca... Su boquita salvaje... Pero ese no es el caso. El caso es que esta nenita y yo nos conocimos en una conferencia acerca de la relación que existe entre el Psicoanálisis y las figuras literarias escatológicas y anales de la novela “El último tango en París”.En realidad la conocí en el bar del hotel en donde había sido el evento, después del ídem. Con pocas palabras y unas cuantas copas de más accedimos llevar a la praxis nuestras teorías acerca del sexo y con esa mirada de colegiala porrista pidiéndote una nalgada alargó el brazo para que saliéramos del bar (raro: yo pagué la cuenta) rumbo a uno de los cuartos. El hotel no era tan elegante pero tampoco nada jodido, así que no iba a salirme muy caro un revolcón. Además, a la hora de pagar, díjome algo así como: “Te coopero con la mitad” (adoro la verdadera liberación femenina).
Pero bueno, ese no es el caso.Al llegar al 212, después de haber embarrado nuestros sudores por las paredes de las escaleras, nos metimos a la cama, desnudándonos desesperados, ardiendo; mis dedos se humedecían en su boca, en su sexo. Mientras rompía sus bragas, ella mordíame el cuello. Mientras apretaba sus nalgas, ella arrancábame el boxer. Mientras besaba sus pechos, ella colocaba eróticamente un condón (ignoro hasta ahora en qué momento lo sacó) en mi miembro. La tiré sobre el colchón y cayó encima del control de la televisión, la cual se encendió instantáneamente en un canal que proyectaba el video “My iron lung” de Radiohead (genial accidente). Me aventé a esa alberca de pasión decidido a penetrarla, abrí sus piernas y ella, en un movimiento muy rápido puso sus manos en ese roja abertura de carne, que respiraba, jadeante, pidiendo esa rica, candente, húmeda unión; puso un pie en mi pecho y sin quitarlo me dijo seriamente: “Quiero sentir un orgasmo”.
Y es aquí, querido lector, sin aún me sigues, que me saqué de onda. Me han dicho cosas como “házmelo de a perrito”, “con las piernas en las correas del vocho” o “golpéame”, pero nunca me habían exigido un orgasmo. Amé a esa mujer desde ese momento. Así que hice mi mejor esfuerzo: lamí, estrujé, mordí, chupé, succione, acaricié. Recuerdo que nunca dejó de mirarme a los ojos mientras la penetraba, torciendo la sonrisa de vez en cuando, con la boca entreabierta. Me esforcé y lo disfruté tanto que al venirme estallé con todas mis fuerzas. Los dos gemimos y gritamos. El alcohol y el cansancio hicieron que quedará abatido, empapado sobre su cuerpecito-fuego. Me dormí. Y ya no supe más... y bueno, yo quería saber al menos si... ustedes entienden...
El caso es que hoy escribo esta carta desde un cuarto de hotel. Solo. En la cama están las evidencias de lo que podríamos llamar “El último tango en Chiapas”. El fuerte olor a sexo de la habitación me provoca una erección matutina. Veo mi reflejo en el espejo del tocador, me rasco la cabeza con una sonrisa irónica en el rostro mientras leo los números escritos con labial rojo quemado en el cristal: 044961 *******, su teléfono celular.
Es todo lo que quería platicar.
P.d. Gracias por leer.
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(elpinche)
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