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Inicio / Cuenteros Locales / dgonzalez_serafin / La historia de Serafín: Libro Naranja, Capitulo VIII

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Caminaba solo hacia el lado blanco de la luna. A veces cuando escuchaba algún sonido a sus espaldas regresaba a ver, nadie en todo el llano claro. Su tiempo era crítico así que seguía caminando buscando la Torre Azul. Se preguntaba cómo se vería, lo único claro aquí era su color. Ahora bien el camino no era tan plano, de vez en cuando aparecían dunas, y muchas de estas estaban peligrosamente vacías. Es decir, cuando se pisa en una de aquellas dunas para pasar, tus pies caen en un agujero vacio, sin fondo. Y debido a la gravedad se podrían perder horas intentando salir de una así.
El frio lo azotaba durante momentos que parecían eternos. Para ser algo que muchos tildarían como “fantasía”, era muy crudamente real. Joel camino durante horas que parecían días, esquivo varios enjambres de molestosas criaturas que se asemejaban a escorpiones pero verdes y chillones. En algunos instantes todo se veía igual y si se quedaba a descansar o miraba solo al piso, podría extraviarse con facilidad. Mantener la mirada fija en las estrellas ayuda en estos casos, ellas siempre pueden guiar. De todas formas, todo iba bien. Él sabía que su camino era el correcto y que encontraría las respuestas que buscaba en la torre azul. El pensar en Serafín lo ayudaba a continuar, era su fuerza y su coraje. Pero como todo lo realmente bueno es complicado de alcanzar, la suerte doblo su pago en aquel lugar. A lo lejos miro crecer una enorme nube de polvo gris que se arremolinaba sobre el blanco paisaje lunar. Inmediatamente miró a su alrededor. ¿Cómo refugiarse? Su primera pregunta voló a través de las rocas, la arena y el cielo oscuro que terminaba por pintar aquel sitio tan desértico. La tormenta de arena, polvo o lo que sea que se venía no tardaría mas allá de unos minutos en alcanzarlo. Miró atrás, pero ese era un lugar hacia donde no deseaba escapar. Regresar atrás sería como desistir a seguir su corazón. El haber llegado acá había sido ya una travesía desconocida y complicada. ¿Todo su esfuerzo por nada? Ni pensarlo, debía encontrar a Serafín, o al menos descubrir la verdad. Miro otra vez con decisión y corrió hacia las rocas más altas. Eran apenas unos treinta metros, pero la tormenta estaba tan cerca que parecía seguirlo a una velocidad casi imposible de batir con tanta gravedad. Se miró perfilando una especie de enorme cuchillo de arena que finalmente termino lanzándolo a las rocas. Su desesperación por vivir le hizo olvidar el golpe, se levantó y siguió huyendo apenas unos metros más faltaban. Otra vez, la tormenta se abalanzó sobre él, esta vez el salto con los brazos estirados hacia adelante para amortiguar el golpe. La tormenta no lo dejó caer, lo levanto consigo. Joel no pudo luchar contra ella, se dio cuenta de que varias rocas y otros objetos que desconocía estaban también envueltos en el torrente nuclear de arena. Lo último que llegó a mirar fue una piedra casi cuadrada llegando a gran velocidad a su cabeza. Se desmayó y todo fue blanco de nuevo.
Sintió un poco de calor, sonidos suaves de brisa, era como si al abrir los ojos se fuese a encontrar con el mar. El tan amado mar de las costas donde su amada Maia aun permanecía. Entonces sentía la seguridad, pero sus ojos le pesaban así como toda su cabeza. Con un poco más de esfuerzo sus parpados se despegaron ante una tenue luz azul. Se despertó, no en el mar, pero sí en una pequeña sala que parecía ser hecha de algodón. Habían varios tonos en el lugar, pero prácticamente todos eran de la gama del azul. Tocó la especie de sillón en la que se hallaba recostado, era muy suave, como el algodón. De su cabeza resbaló un pequeño paño humedecido con algo cálido y verde que desprendía un olor sanador. Así mismo se veía el piso y el techo. Todo era curvo, ninguna forma se veía recta y carecía de esquinas perpendiculares. Se veía como la luna en su esencia, pero azul. Se percató inmediatamente del lugar donde estaba. Había llegado a la Torre Azul, aun sin un recuerdo del cómo lo hizo. Mientras se sentaba se percató de que solo se encontraba. Habían algunos dibujos en las paredes, pero estaban tallados, no pintados. Era muy extraño, debido a que todo parecía ser muy delicado como para ser tallado. Las tocó; las paredes se hundían un poco pero de forma compacta con sus dedos. Eran suaves pero a la vez se veían muy seguras y fuertes. Dejo que sus dedos recorran las formas de dibujos que le parecían tan familiares: lunas, pelotas, soles, donas, osos polares y otras figuras locas.
- ¿Te gusta? –Dijo una voz anciana pero pasiva y hasta algo familiar.
- ¿Quién? ¿Qué…? –Dijo sorprendido Joel al no ver a nadie a sus espaldas
- ¿Que si te gusta la decoración de la sala del sueño? La hice yo mismo cierta noche hace un par de años.
- ¿Que…quién eres? –Logro salir de los labios temerosos de Joel. Aun cuando su corazón estaba de cierto modo tranquilo.
- Soy el Hombre de la Luna – dijo con claridad y misterio la voz anciana – Habrás leído sobre mí cuando niño. Sé que allá en la tierra hay varios escritos de la gente que como tú me ha visitado.
- Creo que si…pero son cuentos para niños, fantasías.
- ¿Y crees tú que esto es una fantasía? ¿Qué no es real? ¿Para qué has viajado tan lejos y soportando tantos peligros para llegar a mi si solamente soy producto de tu imaginación? –Lo dijo el Hombre de la Luna de forma educada y hasta compasiva, pero con seguridad.
- Pues, ¿no llegué aquí en un cohete o sí? Aunque en realidad si lo que busco está aquí, no habría tenido problemas en construir uno para venir.
- Pues no llegaste en un cohete pero si caíste cerca de esta torre cuando la tormenta de arena terminaba. Y lo que tú buscas, para serte cierto, no creo que lo encuentres aquí. –Dijo el anciano pero esta vez apareciendo poco a poco a través de una pared que tenia dibujada una especie de puerta (Pudo haber sido una puerta que parecía un dibujo).
- Pero…es decir, hice lo que decía esa nota en el papel naranja: Sigue tu corazón. Y el seguir esa intuición me trajo aquí. –Dijo Joel ya con un poco de inseguridad.
- Pues tú lo has dicho. –Dijo el hombre de la luna cuando apareció ya por completo delante de la pared de algodón. Se veía anciano pero con los ojos de un niño curioso. Una larga barba blanca colgaba de su mentón. Su vestimenta era como de aquellos magos medievales. Así como se veía Merlín en bosquejos y dibujos antiguos. Un bastón largo azul lo ayudaba a mantenerse erguido.
- “Sigue tu corazón” te llevará muy lejos en la búsqueda de la verdad. Pero la verdad no está aquí. Está en tu corazón. Y por eso, debes seguirlo.
- Pero tú debes saber algo. De todas formas eres el señor de todo este lugar.
- Si, conozco de muchas cosas. Pero ahora ven, debes estar exhausto y de seguro te hará bien tomarte un poco de té con este viejo solitario.
Joel lo siguió como hipnotizado. Bajaron por unas escaleras que se abrieron con un solo toque de su bastón en el piso. Le llego un delicioso olor al vapor del té. El lugar era tan acogedor, esta vez era como si estuviesen dentro de un enorme tronco de árbol viejo.
- Toma, sé que lo prefieres de durazno. –Dijo el viejo pasándole una taza celeste con adornos dorados muy caliente en un plato igual.
- Pero… ¿Cómo lo supo? –Dijo Joel desconcertado
- Pues una de las cosas que yo sí sé es acerca de los gustos sobre el té que le gusta a la gente. Lo veo en sus sueños.
- ¿Sus sueños?
- Si. Como habrás leído, en tus “cuentos de fantasía”, yo soy el ser que pone los sueños buenos en la mente de las personas y quien recepta sus deseos gentiles.
- Sí, pero…no puede ser real. Es decir, esas cosas le cuentan los papás a sus niños para que puedan dormir.
- ¿Entonces tú estás aquí porque tus papás te han contado un cuento para dormir?
- Mis papás están muertos. Si tú conoces sobre los sueños de la gente, deberías saberlo. –Lo dijo Joel con pesadumbre pero muy seriamente.
- Lo siento, te dije que solo puedo ver los sueños y deseos buenos de la gente. Los uso para enviarlos al universo. Alguien los escucha siempre.
- ¿Entonces tú me trajiste aquí? –Lo dijo mientras tomaba un sorbo del extraño té del viejo.
- En realidad lo hiciste tú. Tú seguiste tus deseos más buenos. Tu hijo. Yo no conozco tu dolor o lo mal que te habrás sentido al perderlo, si así fue. Pero sé muy bien de tus buenos deseos por encontrar la verdad te han traído hasta mi y no te irás con las manos vacías.
- Entonces, ¿sabes tú algo de Serafín? ¿Sabes dónde está? Dímelo, tengo que encontrarlo –Dijo Joel demasiado emocionado
- Sí y no. –Dijo el hombre de la luna con tono calmado – Sé que tu hijo está bien porque recibo sueños muy parecidos de cuando era niño de alguien que ya no lo es. Pero no puedo saber dónde está. Pero he visto a una chica muy bonita en sus sueños, y la veo en la playa y en el mar. Esa información puede serte de mucha utilidad si la usas bien. Y si lo deseas puedes ver sus sueños con tus mismos ojos si así lo prefieres.
Con lo ultimo dicho el anciano apuntaba a un sillón azul que se veía muy cómodo. Sobre él había una especie de cúpula cristalina que brillaba como si contuviese a varias estrellas en su firmamento.
- Este es, mi querido Joel, el Guardián de los Sueños…

Texto agregado el 11-12-2008, y leído por 710 visitantes. (0 votos)


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