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Caminó durante tres días en la dirección por donde voló el ave. ¿Qué haces Huatiacuri?, se recriminaba, ¿acaso puedes seguir el rastro de un ave?, ¿acaso las aves dejan rastro?, ¿acaso puedes alcanzar a un ave solamente caminando?, la situación era completamente absurda. A pesar de ello siguió con su rumbo incierto, sus provisiones amenguaban, ya casi no tenía agua, ni alimentos, apenas podría retornar a su guarida con lo que tenía, por lo cual decidió en ese momento dar por finalizada su estúpida aventura. Cuando de pronto escuchó un grito de auxilio, dio unos cuantos pasos en la dirección del grito, luego se detuvo en seco ¿qué te pasa Huatiacuri, primero lo del ave y ahora esto? Escuchó nuevamente un grito, era la voz de una mujer, venció con esfuerzo sus reparos y se dirigió a donde creyó haber escuchado el pedido de auxilio. Al llegar se escondió tras una roca y pudo observar como un hombre estaba siendo brutalmente golpeado por unos asaltantes, al menos eso le parecieron; mientras una mujer era inmovilizada por otros hombres, seguramente también asaltantes. No vio más porque temió ser descubierto. Se encontraba agazapado, no se atrevía ni siquiera a asomarse, estaba paralizado por el miedo. Escuchó la voz de esos hombres insultando a alguien, se alegró, pensó que la persona que había llegado ayudaría a la pareja y evitaría que sucediera algo peor. Se asomó, nuevamente, venciendo su temor; efectivamente como lo había pensado había llegado un hombre, un extraño hombre, con unos extraños ojos color turquesa, lo observó y en ese pequeño instante un mal presentimiento le oprimió el pecho. Vio como los asaltantes se abalanzaron contra el extraño, vio como éste los despedazaba con sus manos, ¿manos?, eran más que manos garras, estaba seguro de eso. Pedazos de carne y chorros de sangre volaban por los aires con cada zarpazo que asestaba el extraño. La escabrosa escena hizo que Huatiacuri se volviera a esconder detrás de la gran roca completamente aterrorizado. Se sentó con las rodillas pegadas al pecho, alzó la mirada al cielo como haciendo una plegaria y pudo observa a esa extraña ave volando presurosa, era la misma ave a la que estuvo siguiendo, sin ningún motivo racional.

Estuvo un tiempo indeterminado sin atreverse siquiera a observar lo que había ocurrido, cuando un sollozo afligido rompió el silencio y lo sacó de su letargo. Se paró y salió cautamente de su escondite, vio como un pequeño niño bañado en lágrimas abrazaba al hombre, papito, papito, no te mueras le decía; a su vez, la mujer también lo abrazaba, pero en silencio con una mueca de espanto, seguramente todavía se encontraba aterrada por lo ocurrido. Se acercó al hombre, automáticamente, el niño y la mujer se alejaron, no les quiero hacer daño, quiero ayudarles, les dijo; no le respondieron, se mantuvieron a una distancia prudente observándolo. Tocó al hombre, todavía respiraba, tenía múltiples golpes y su condición era delicada; alzó la mirada y la dirigió al niño sonriéndole optimista, volteó hacia la mujer y le sonrió más cauteloso. Sacó una cantimplora de su morral, también un puñado de yerbas, luego, tratando de recordar el arte de la curación que le enseñaron los ermitaños, buscó entre los arbustos el ingrediente que le faltaba, lo encontró y lo mezcló con las otras yerbas y un poco de agua en un posillo. Puso el emplasto en las heridas y hematomas, sabia que lo hecho sólo era una medida provisional, necesitaba otras substancias si quería salvarlo, la única forma era llevarlo a su cueva, esperó unos minutos con la finalidad de que el remedio haga efecto, luego lo cargó con la intención de llevarlo a su guarida, sorprendidos la mujer y el niño lo siguieron presurosos.

¿Y ahora Huatiacuri? ¿Qué harás sin agua y alimento y tres bocas más que sustentar? No pensaste sólo actuaste, no importaba el tiempo o el esfuerzo tenías que salvar al hombre. Caminaste muchas horas, estabas cansado y decidiste detenerte, entraste en el primer refugio que hallaste, recostaste al hombre, comprobaste, nuevamente, que ya casi no tenías agua; sin embargo, les diste de beber a él. Te estiraste para relajar los músculos tensos por el esfuerzo, te provocó hacer esa danza ridícula que sueles hacer para sosegarte, en ese instante escuchaste una risita divertida y cálida, no te habías percatado de la presencia del niño y la mujer, estabas demasiado concentrado en tus pensamientos. El niño parecía estar buscando algo entre el equipaje de su madre, sacó una bota de agua y feliz te la alcanzó ¡Qué estúpido no te habías dado cuenta que ellos traían también provisiones! Las cosas parecían mejorar. Durmieron ahí y al siguiente día emprendiste la marcha súbitamente entusiasmado. Tarareaste gran parte del camino, una melodía alegre, simple y encantadora, trara trara trararí, trara trara trararí, todo el camino. Por fin llegaste a tu guarida, corriste a buscar en las vasijas los menjurjes que necesitabas, los mezclaste hiciste una pócima y se la diste de beber al hombre y, nuevamente, le pusiste emplastos en las heridas y hematomas. Ahora era cuestión de esperar a que se recuperara.

Pasaron los días, y Huatiacuri estaba muy contento, en las mañanas se levantaba y ya la joven había preparado papas cocidas y un poco de carne para comer, luego jugaba con el niño, esto realmente le era muy grato, le encantaba ese chiquillo alegre e inquieto, algunas tardes salió junto a él a cazar vizcachas, corrían tras esos animalitos simulando ser feroces bestias o pumas malvados, tropezaban, perdían el equilibrio y caían, las risas estallaban, a pararse y reiniciar, jajaja jijiji, era muy divertido.

El hombre herido despertó un buen día, estaba desconcertado, pero al ver a su mujer y su hijo se tranquilizó, apenas podía balbucear algunas palabras, la joven lo ayudaba a alimentarse, también lo ayudo conjuntamente con Huatiacuri a pararse y tratar de caminar, lo intentó muchas veces, hasta que lo logró, se fue recomponiendo y en poco tiempo se encontraba completamente repuesto, por lo que resolvió partir junto con su mujer y el niño. Huatiacuri, se había acostumbrado a la presencia de todos ellos, eran como una familia, como la familia que nunca tuvo, se cuidaban y colaboraban los unos con los otros, se divertían y se hacían reír. Al despedirse su profunda tristeza era evidente; sin embargo, lo regocijó observar en los ojos de las tres personas que había ayudado, una mirada completamente diferente de las que solía recibir, tan diferente que no pudo identificarla, a pesar de ello, el sentimiento que despertó en él era muy reconfortante. Eran miradas de gratitud Huatiacuri, de agradecimiento y de algo que nunca habías despertado en otras personas: admiración. En ese instante lo decidiste, seguirías tu destino.

Texto agregado el 11-12-2008, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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