Lo recuerdo casi a la perfección. Para mí era un día más, un día cualquiera, un día como el de ayer y el de antes de ayer. Me levanté, caminé por el largo y angosto pasillo que me tendría como destino el patio y, con él, la caja de fósforos que me permitiría encender el piloto del calefont. Aún no entraba a un estado completo de vigilia cuando la llama se encendió con un estrepitoso sonido. Volví por el helado pasillo y me tiré sobre la cama una vez más.
Caí dormido por no sé cuánto tiempo, pero lo suficiente para tener una de mis peores pesadillas. Y eso que no soy asiduo a recordar cosas como esas. Ahora se me hace un tanto confusa, pero a rasgos generales nadaba en un gran lago de tranquilas, pero heladas aguas. El paisaje era espectacular con grandes árboles de verdes copas cubriendo gran parte del cielo... Miré a mi alrededor y había mucha gente entre los árboles mirándome, eran multitudes y multitudes con sus ojos puestos en mí. Víctima del miedo y de la presión de las miradas; sí, esa presión que sientes al ser observado en una cátedra o exposición, me hundí unos minutos bajo el agua. Emergí de ella en cuanto no pude contener la respiración. Me sorprendí al no ver a ninguna de las personas que hace unos minutos inundaban el bosque que ahora me rodeaba apacible.
Desperté agitado y con frío. Miré el reloj sin reflexionar en lo que había soñado, tomé una toalla y me quité el pijama. Me miré al espejo y observé mi rostro somnoliento. Mis ojos apenas soportaban el brillante haz de luz de la ampolleta. Los cerré por un momento, pero un mareo me obligó a abrirlos nuevamente. Cuando me estabilizé escuché el sinfónico sonido de los ganchos de la cortina corriéndose para dejar paso a mi humanidad. Volví a cerrar la tansparente tela y dejé correr el agua caliente. Me lavé el pelo, el cuerpo y cuando ya hube terminado, corté el agua caliente y dí el agua fría. Cuando por fin me sentí despierto, salí de la ducha.
Sin percatarme totalmente de que me vestía, pensaba en lo que debía hacer ese día. Ya me había puesto los pantalones y la camisa y, como suelo hacer, me senté a orillas de la cama para ponerme los zapatos, y me quedé ahí reflexionando, recordando, pensando. Después de unos minutos, tomé mi celular para ver la hora y me percaté de lo tarde que era. Corrí escaleras abajo, me preparé un café a mi gusto; una cucharadita y media de café, tres de azúcar y un chorro de leche. Luego, corrí escaleras arriba, me lavé los dientes, me mojé el pelo intentando bajar aquellos molestos mechones que insisten en permanecer en lo alto. Por fin, listo para irme.
Ya iba camino al bus que me llevaría al metro. Necesitaba ver la hora, busqué mi celular en mis bolsillos y recordé donde había quedado. Me devolví corriendo, lo tomé de mi cama y salí nuevamente. Ya estaba cerrando la puerta principal cuando recordé el pendrive. Nuevamente llegaría atrasado. Busqué el reproductor, pasé el cordon de los audífonos por debajo de mi camisa y lo conecté. Antes de salir me detuve en la puerta, pensando si se me quedaba algo. Cuando me hube asegurado de que llevaba todo salí con paso ágil hacia el paradero. Ahora no pensaba en nada más que en el sonido de la música y su letra:
"Noche amante no me creas ingrato
Pero quisiera despertar bajo las alas del sol"
El bus pasó en seguida, lo que me permitía más tiempo para llegar. Habían asientos de sobra, pero estaba seguro de que si me sentaba, me dormiría, así que me fuí parado. Me bajé y caminé rápidamente al metro. En él me apoyé en la puerta que da al conductor, en la parte de adelante. Subí el volumen del reproductor y saqué el libro que leía. El libro me había parecido interesante desde hace tiempo, y ya lo había pedido más de una vez, pero nunca lo logré terminar, esa vez lo terminaría. Se llamaba "Fausto" de Wolfgang Goethe.
Después de leer 3 capítulos el sueño me atacó. Creo que esa es la principal causa del historial de libros no terminados que tengo. Intento leerlos, pero el sueño no me lo permite, solo a veces no tengo tanto como para impedirme leer. Una vez, recuerdo, leí Drácula de Bram Stoker en una noche, y en ningún momento sentí sueño. Bueno, guardé el libro y me centré en escuchar la música, para no dormirme. No funcionaba, a mi parecer, lo suficiente, así que me puse a pensar qué clases tenía hoy y en qué horarios. Cerré los ojos y cuando los abrí quedaba una estación para llegar.
Salí del metro deprisa, solo me quedaban un par de minutos para llegar a la hora. Estaba la persona que reparte los periódicos y, salundándolo tomé uno. Pensaba para mí mismo que, a pesar de no haber empezado de la mejor forma el día, yo sabía que sería especial. Cuando llegué a la sala estaban en exámen, no lo recordaba a pesar de haber repasado en mi mente las clases que tendría hoy. Como se trababa de algo normal en mí, tomé asiento y saqué el lápiz. Saludé a mis compañeros, pero no me tomaron en cuenta, debía ser el exámen. Tomé la blanca hoja, la leí entera, se trataba de un exámen de literatura inglesa. Nada muy difícil.
Terminé de los primeros, lo entregué y me fuí al sitio donde yo y mis compañeros más cercanos nos juntamos. Era un rincón escondido de la universidad, tenía como techo un imponente roble antiguo que daba suficiente sombra y dejaba pasar suficiente sol. Además había una mesa de pin pon cerca, era el pasatiempos de nuestro grupo. Estaban todos ahí. Los saludé, pero tuvieron la misma actitud que la de aquellos que estaban en el exámen. Extrañado me senté en el suelo vi un haz de luz y me dormí. |