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daba vueltas por la cama. a mi lado izquierdo estaba la almohada roja, a mi derecha la azul... sábanas blancas, algo afrancesado para mi gusto pero no para quien arregla mis cosas. estaba oscuro. miré el reloj. las tres menos quince. me levanté y sentí los años tras mi espalda. recordé el último sueño, hermoso como la vida... mi mejor amigo tenía una silla voladora. ¡préstamela!, le grité. con una amplia sonrisa me la dio. la cogí sin decirle gracias y salí a viajar por el mundo. llegué a una bella concha de arena y mar, de gente hermosa y desnuda y sin plásticos sentimientos de pudor, una playa onírica. bajé y me lancé a nadar. vi un pez que con sus grandes aletas me llamaba. fui y este me cogió de la mano hasta hundirme a las profundidades azules de la mar. podía respirar, pues, soñaba... llegamos hasta un espacio lleno de plantas de colores fosforescentes. muchos niños y niñas jugaba en aquella profundidad. me miraron y gritaron: ¡el soñador!... sonreí y les saludé con una mano que brillaba como si fuera una estrella de carne. el pez siguió mostrándome toda aquella belleza hasta llegar a una cueva. entré solo pues éste me dijo que aquel lugar era sólo para mí. al inicio era oscuro y estrecho, pero a medida que entraba se hacía ancho y brillante... vi una cama, almohadas rojas y azules, sábanas blancas y limpias... un cuerpo negro lleno de quemaduras ocupaba dicha cama. ¿quién eres?, pregunté. este despertó de su descanso y dijo que era mi peor pesadilla... entiendo, le dije y conversamos acerca del despertar y los preludios de la mañana. me dijo que amaba la música y en ese instante empezó a cantar y a medida que lo hacía le salían burbujas de cristal por la boca, hermosas como campanas navideñas... sonreí y le dije que sembrara semillas de su canto bajo la tierra para así salir de aquel extraño mundo de las pesadillas. gracias, dijo para luego volverse a descansar, esta vez con una bella sonrisa. salí de aquel lugar y vi al pez esperando mi salida. salimos y llegamos a la superficie. mucha gente esperaba mi salida de la mar, todos desnudos, y apenas me vieron, gritaron: ¡el soñador!. sonreí, cogí mi silla voladora, me despedí de aquel pez que lentamente se metamorfoseaba en un hombre lleno de arrugas y cabellos blancos y diciéndole adiós, viajé a mi casa... empezaba a amanecer y los trinos zumbaban mis oídos. la luz perforaba la magia de mis ensueños. era el día, otro mas, otro mas y no sabía si habría otra noche mas pues, para un soñador tan solo la noche o la oscuridad alimenta su interno universo...


san isidro, diciembre de 2008

Texto agregado el 11-12-2008, y leído por 280 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-12-2008 Tienes estirpe de buen contador. Atrapas, aún con la premisa de ser un sueño. Te felicito. peco
11-12-2008 Un bonito cuento...Me has dejado sin palabras shambhala
 
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