Julián era un hombre que vivía solo en una casa cerca de la playa. Se dedicaba a contarles historias a los niños en la plaza del pueblo y por las tardes se iba a la playa a crear figuras en la arena. Los niños solían escucharlo toda la mañana y después del almuerzo, lo acompañaban hasta la playa donde observaban fascinados cómo la arena tomaba increíbles formas en las manos de Julián.
Un día, mientras Julián caminaba rumbo a la playa decidió que haría un caballo. Así que se agachó en la arena y empezó a trabajar. Primero aplanó la arena para hasta que quedó como una hoja blanca, lista para ser usada y después empezó a agregar arena aquí y allá. Mientras la tarde avanzaba, la playa se llenaba de la gente del pueblo que contemplaban admiradas el trabajo de Julián.
Anochecía cuando Julián, exhausto pero con una sonrisa en el rostro, se levantó y retrocedió unos pasos, observando su obra. La gente que aún quedaba en la playa, aplaudió y lo felicitaron en el camino de vuelta a casa.
Nadie se había quedado en la arena y nadie pudo ver cómo el caballo despertaba. Abrió su único ojo y contempló la luna y las estrellas durante un largo rato. Mientras observaba el firmamento, escuchó voces que lo llamaban con insistencia. El caballo trató de incorporarse para ver quién lo llamaba, pero no se pudo mover, entonces relinchó y escuchó un coro de relinchos por respuesta. Emocionado, el caballo se agitó tratando de llegar al mar.
Podía escuchar el relincho de otros caballos yendo y viniendo junto con las olas del mar. Conforme la noche iba avanzando, la marea y los caballos se acercaban a su compañero preso por la arena. Poco a poco, el mar fue cubriéndolo hasta que pudo liberarse de la arena y reunirse con los demás caballos, formando la espuma de las olas.
Al día siguiente, Julián regresó a la playa donde encontró a varias personas congregadas, negando con la cabeza, diciendo que había sido una pérdida de tiempo crear tan bello caballo y que el mar se lo llevara en tan solo una noche, pero Julián no hacía caso de sus comentarios. Observaba el mar con detenimiento y allá a lo lejos pudo distinguir a los caballos blancos, galopando rápidamente sobre el mar.
Julián sonrió para sus adentros y con un último vistazo al mar, se dirigió lentamente hacia la plaza del pueblo donde los niños lo esperaban para que les contara otra historia acerca de los caballos marinos.
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