La tarde, melosa y extrañamente callada mira el revoloteo de un mirlo perdido en la inmensidad del viento. La avenida de los sueños se bifurca bajo la mano del destino. El norte se ha extraviado; el sur duerme bajo el frío invernal y el guardabosques, agotado, a su labor ha renunciado.
Convertido en basurero, el valle guarda silencio. Una canción de Napoleón, desde la rockola del bar, rompe el silencio de la noche.
El mirlo ha mudado su plumaje en medio de una gótica metamorfosis; quiere cantar, pero ya no puede; se encuentra rodeado de sus nuevos compañeros, los cuervos.