La mujer sacó su bolígrafo de la cartera, le pidió al mozo, un cortado, con edulcorante, se colocó sus anteojos y se dispuso a escribir.
Ésta no era una carta como todas, ésta era el fin de una historia, debía pensar, ser cauta, evitar las lágrimas, y ser coherente en su despedida, no había forma de volver el tiempo.
Cuando comenzaba a escribir, la distrajo una pareja de tortolitos que estaban en la mesa contigua profiriéndose toda clase de arrumacos, se volvió en si misma y pensó que nada podía perturbarla en ese momento y se dispuso a escribir.
Aunque una pequeña lágrima amanecía en sus ojos, evitó llorar, pidió un vaso con agua y escribió:
Querido mío, hoy es uno de los días más tristes de mi vida, pero tanto vos, como yo, sabemos que esto no puede continuar, no puedo crucificar tu existencia, ni someter tu vida a este cruel destino que me ha tocado llevar. Serás feliz a pesar de mí, serás hombre aunque no sea tu mujer, serás padre, porque yo ya no estaré allí.
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