No se puede decir que estuviésemos realmente preocupados, no se trataba de eso, sin embargo, ninguno de los dos podía ocultar que nos provocaba cierta angustia, como ese leve temor que nos asalta al llegar a la calle y no recordar si hemos cerrado la puerta, que nos hace dudar sobre la posibilidad de subir a comprobarlo, persiguiéndonos durante toda la noche si no lo hacemos.
Tal era nuestra (mi) inquietud que cuando estábamos en casa solía pasar horas y horas observándola, escondido tras un libro o alguna estúpida manualidad doméstica, pensando lo fácil que sería así, sin que se diese cuenta, examinando sus gestos con un detenimiento obsesivo, calculando el enfoque o la intensidad de la luz, esperando que girase ligeramente la cabeza para hacer desaparecer esa molesta sombra que invadía su mejilla izquierda.
En alguna ocasión incluso llegamos a ensayar las localizaciones, convirtiendo el salón en el escenario imaginario de cualquiera de nuestros viajes, pensando que el simple hecho de fingir daría resultado, pero ni aún así, por más que lo intentásemos, por más que repitiese una y otra vez cada fotografía, por más que tratase de distraerla, el resultado siempre era el mismo... siempre salía con los ojos cerrados. |