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La locura me estaba esperando en la esquina y yo no me di por aludida. Tiempo después mis vecinos me contaron que estuvo toda la tarde. Me espero sentada, me espero de pie y de vez en cuanto daba caminatas cortas desde un vértice a otro.

La locura tenía el pelo ondulado y las piernas largas.

A veces recuerdo como un sueño esa tarde que yo no me di por aludida. Después del almuerzo me recosté sobre la colcha de mi cama, sobre la misma colcha que mi esposo compro en Bariloche en un aniversario de nuestro matrimonio. No me importaba lo vieja y desteñida que estaba, seguía colocándola sobre mi cama casi siempre. Recordaba la risa instantánea de Esteban, esa risa que perdió entre la postulación de su trabajo y el pronto ascenso. Más no estaba su risa, pero si estaba esa colcha. Probablemente dormí mientras caían sobre la cama los escasos rayos de sol opaco, si me arrancaran el techo también hubiesen caído las primeras hojas del otoño.

La locura llevaba una chaqueta escocesa con cinturón.

Cuando irremediablemente los rayos de alejaron de mi ventana, pensé cubrir de calor el hogar con una tarta de manzana, a Esteban le gusta mucho, sobretodo si la masa tiene pasas negras y sobre la fruta una capa de merengue casero tostado al calor del horno. Sin embargo faltaban las manzanas. Prontamente tome mi chaqueta y la bufanda rosa y salí al almacén de la esquina.

La locura tenía la mirada dura y decidida.

Cuando volví a la casa Esteban también había vuelto y tenía a la locura de un brazo, le gritaba, la zamarreaba. La locura gritaba y golpeaba. Me miraba y me insultaba.

La locura conocía los lunares de Esteban y los cumpleaños de mis hijos.
La locura conocía las razones por la cual no pude seguir trabajando.
La locura se burló de mi confianza, de mis tartas y de mi vida rutinaria.

La locura enmudeció la calle, la declino, la ofuscó y se convirtió en un silbido entre mi tímpano y el deseo de no querer razonar. Nunca mas me importó una explicación, nunca más pedí una razón, nunca mas volví a preparar tartas de manzanas.

Desde que me visitó la locura se han instalado tres surcos en mi rostro, pero no supe cuando cayeron por última vez las hojas. Lo único coherente en mi vida entre los cielos verdes y praderas azules fue en una noche clara que trajo a mi alma sentimientos, que trajo a la boca sabores y el olor de la canela a mi nariz. Es entonces que hablo con Esteban y le digo que por favor me extirpe los oídos porque la locura se asentó en ellos, que quiero ver a los niños y lamer sus dedos con chocolates, que estoy dispuesta a conversar con él a cambio de una sola risa, de esas que eran instantáneas.

Texto agregado el 09-12-2008, y leído por 173 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
12-12-2008 Muy bueno ,especial diferente un gusto***** shosha
09-12-2008 Conmovedor. pantera1
09-12-2008 Qué texto más estupendo. Tu manera de escribir es de una altura literaria sobresaliente, que revela un talento especial y privilegiado. 5* ZEPOL
09-12-2008 Me gustó,te saludo miradorlontano
09-12-2008 muy bueno!! divinaluna
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