En tu ridículo afán por marcharte, te llevaste algunas de mis cosas en tu equipaje, y seguro, nunca me las devolverás. Aunque el verdadero problema, fue que también olvidaste llevarte algunas de las tuyas, las cuales siguen colgadas en las paredes, puestas en las repisas, dobladas y perfumadas en el closet, y las que todavía siguen tendidas en el piso, con las que a menudo tropiezo mientras camino por esta casa. Esta, que construimos en invierno, decoramos en primavera, disfrutamos en verano y abandonamos en otoño, y en el techo de la cual, nos acostábamos a jugar con las estrellas, dándonos regalos con las figuras que éstas formaban.
Algunas veces he necesitado esas cosas que en tu ridículo afán por marcharte te llevaste. Las busco, y al no encontrarlas es cuando me doy cuenta de que te las llevaste. Y cada vez que me pasa, anoto cada cosa que ya no está, para después denunciarte con el viento, acusándote por los cargos de invasión de propiedad privada (mi corazón), robo en primer grado (mis latidos), intento de asesinato (mis sueños) y porte ilegal de armas (tus besos). Luego el viento parte en tu búsqueda, pues dictamino tu orden de captura. Y cuando retorna, agitado por el cansancio, sin noticias de vos, recuerdo que sos tan fugaz como la espuma del mar.
Y tus cosas, aunque sigan donde quedaron y ya no las necesite, igual son parte de la casa, y hay que seguirlas limpiando.
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