Sin dinero, sin amigos, SOLO.


Ese era mi triste panorama cuando decidì realizar aquèlla parada en el lugar que, durante todo el trayecto, me pareciò el màs solitario. Bajè de mi auto y pedì al hombre de la gasolinera -contando los pocos centavos que aùn me quedaban en el bolsillo - pòngale 50 Pesos, voy al baño y ya regreso. Caminè hacia el fondo donde se veìan las instalaciones sanitarias, muy limpias por cierto, probablemente porque allì mismo, a pocos pasos, se erguìa la cafeterìa del lugar que con letras ostentosas se hacìa llamar RESTAURANTE DEL NEGRO.


Fuì por mi coche, paguè, y lo deslicè suavemente hacia la puerta de la cafeterìa...porque eso era. Tengo que comer algo, me dije. Me llamò la atenciòn la limpieza que tambièn allì era notoria, asi como la amabilidad de un hombre alto, bastante moreno (de ahì el nombrecito, pensè), que me atendiò de inmediato como si de un potentado se tratase. Una vez que pedi la especialidad de la casa ( tacos de carne asada y coyotas de dàtil), la cual me recomendò ampliamente y de haber preguntado el precio, me sentè ante una taza de cafè muy clarito, la azucarera, y un enorme vaso con agua de cebada, que llegò antes de que solicitara mi òrden...y que me supo a gloria.


Me quedè mirando de un lado al otro, estaba vacìo...habìa mùsica un poco estridente, pero no me atrevì a exigir que le moderaran el volùmen. ¡Vaya que curioso lugar!...El tìpico de paso, donde miles se detienen, se encontraba en ese momento tranquilo, sin ruidos caracterìsticos, exceptuando la mùsica, y el ronroneo de los autos al llegar y salir de la gasolinera, ya que la puerta de vidrios gruesos y siempre cerrada para preservar el aire acondicionado, evitaba que entrara de lleno el trajìn de fuera.


¿Que hago ahora?...¿hacia donde voy?. Con mi mirada perdida sin realmente ver nada, entrecerrè los ojos...Podrìa quedarme aquì, es un lugar como otro, especialmente para quien no tiene un rumbo definido...o no quiere tenerlo. Puedo trabajar un par de dìas ; algo podrè hacer. El hombre alto y moreno se acercò, enfundado en su delantal blanco, con algùnas, casi invisibles salpicaduras de salsa.... decidì servirle yò mismo, porque lo veo muy preocupado. Perdone la intromisiòn , pero me lo parece...Cuando mirè hacia arriba para responderle, èl campechanamente, ya habìa tomado asiento. No le dije nada.


Permitame presentarme, me llamo Israel, me extendiò una mano vigorosa y àspera, y dàndome un fuerte apretòn me dijo, este negocito, que es mìo y que vengo manejando desde hace màs de 10 años, aunque se que jamas me harè rico con èl, si me ha dado para sacar adelante a mis chamacos, y a Ud... que lo trae por estos rumbos?, me preguntò con cierta timidèz.


No tuve tiempo de responder. Justo en ese momento, se abriò la puerta y entraron tres hombres vestidos al estilo norteño, sombrero, botas, chamarra...Vi que Israel se puso un poco pàlido, pero se levantò inmediatamente sin siquiera decirme ...permiso...No habìa yò notado que afuera habìan estacionado hacìa unos instantes, una lujosa camioneta negra con vidrios polarizados.

Pidieron su comida con unas cervezas, y se pusieron a conversar a media voz, no alcanzaba a escuchar de que hablaban. Se reìan de vez en cuando, y se llamaban entre si compadres...si compadre, no compadre. Israel se colocò de manera estratègica al lado del mostrador, para acercarse a su mesa apenas le hacìan una leve seña, y no volviò a dirigirme ni una mirada...tampoco los tres hombres voltearon jamàs hacia donde me encontraba; no al menos, que yò me hubiera dado cuenta.


Terminè de comer, y al paso de los minutos perdì interès en los recièn llegados y tratè de enfrascarme de nuevo en mis propios pensamientos; retomar el hilo...Y entonces...¿a donde voy?. Me diò verguenza sacar el dinero de mi bolsillo para contarlo delante de los otros comensales, asi que comencè a hacer cuentas mentalmente. Despuès de pagar esta comida, me quedaràn como unos...

No supe mas...! solo recuerdo un enorme estruendo, como si literalmente el edificio se viniera abajo, gritos...incluso algùnos que salìan de voces para mi desconocidas en la cocina, disparos...si ¡DISPAROS!...muchos..¡muchìsimos! . Aunque el conocimiento que tengo sobre las armas es menos que nulo, si he visto suficientes pelìculas para saber que aquèllo que tronaba con tanto estrèpito, era una AK47, de las llamadas Cuerno de Chivo, por la que salìan tiros por cientos y en todas direcciones.


Nunca podrè saber como fuè posible que apenas fuì rozado por una de las tantas balas, que yò sentìa como volaban a mi alrededor, pues lo que si puedo recordar es que me lancè al piso, abrazando mi cabeza que tenìa pegada contra el suelo...y jamàs, nunca, volvì a levantarla . No supe nada màs.

¡Nada màs, señores policìas...nada màs...!...no puedo informarles cuantos eran, como eran, como se vestìan, o por donde entraron...solo se que dispararon como locos, era lo ùnico que lograba balbucearle al hombre que me interrogaba, mientras un paramèdico decìa asombrado...que suerte tiene ... con todo el desastre que hay aquì y lo suyo fuè apenas un rozòn en el hombro. ¡Definitivamente, volviò a nacer!.
Cuando me puse en piè, lo que vi alrededor me paralizò por completo. Israel yacìa en un charco de sangre, los tres hombres que estaban sentados en la mesa cercana, ahì seguìan pero muertos y con sus armas en las manos. En la cocina otras dos personas tambièn sin vida; a uno de ellos se le habìa caìdo encima una sartèn que aùn humeaba.


Retomè mi camino de nuevo, solo sin dinero, sin amigos...¡pero vivo!. Se me pegò como un estribillo la frase del paramèdico...Ud. volviò a nacer...!.
Mientras me fijaba en el contador de la gasolina, volviendome a hacer la misma pregunta...y ahora, a donde?...escuchè por la radio la canciòn que dice...
¡La vida te da sorpresas...sorpresas te da la vida...ay Dios...!



¡Caray Israel!...no lleguè a pagarte la comida...


ARMIDA MARTIN