Llegó hasta mi el café de su mañana. Solo, buscando un motivo para bajar y tomar por la fuerza lo que no es mío, no tenía otra opción que esperar que el destino tomara la iniciativa. El broche en su pelo enviaba señales a mi mente atrofiada por el espasmo de la rutina. La tufadura de los días era un desespero peor que la pútrida herida en el corazón anciano por el aburrimiento. Pero ahí, lejos de la mugre de la ciudad, estaba la redención: un suspiro, entre tanta noche larga. Un deseo incontrolable de huir lejos de casa y hacer algo distinto, vivir en el cuerpo de alguien que no soy yo, por ejemplo.
Texto agregado el 07-12-2008, y leído por 153
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