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LA CLÍNICA DEL DOCTOR MASS.

Ana Villadelrio tenía la vista permanentemente fija en la secretaria que atendía unas llamadas y manipulaba unos expedientes mientras hablaba. En la sala de espera dos señoras mantenían una tertulia en voz baja que en lugar de conversación sonaba al murmullo de enjambre de abejas frente a un panal, y una pareja jóven con las manos entrelazadas, que se encontraba en el extremo opuesto, parecía nerviosa. Las pinturas rústicas en las paredes de cal blanca y unas revistas antiguas y deterioradas por el uso indicaban que nadie se preocupaba por el descuido que se observaba en esa clínica barata del Doctor Santiago Mass. Que infortunio estoy pasando pensaba Ana, mientras esperaba su turno impacientemente, lo importante es que el doctor me indique si aún estoy a tiempo para sacarme lo que tengo en el vientre. La lluvia nuevamente había iniciado su intermitente proceso de mojar todo rincón descubierto en el pueblo y apagar el silencio con el seco ruido en las láminas de la clínica alborotando el vapor hirviente que emborrachaba los moscardones y abnegaba el pensamiento de los hombres. Que torpeza haberme ido con Raúl esa noche, divagaba Ana mientras no quitaba la vista a la secretaria, debí rehusar el impulso de acostarme con él, pero la pasión me nubló las ideas y sólo me intereso la intensidad del placer de ese instante. No culpo a Raúl, quizás hubiera entendido que no estaba dispuesta a correr ese riesgo. ¿Como podría yo explicar esto a mis padres, que van a murmurar en mi trabajo y como continuar en la Universidad?; va a ser extremadamente complicado. Creo que cuento con mi madre y mi hermana, pero mi padre y mi hermano Jorge van a saltar de la rabia, éste me amenazó hace algún tiempo que si me veía con algún novio lo iba a descuartizar, estremeciéndose Ana, ante este pensamiento.
-Inés Bástulo pase adelante.- llamó la secretaria con voz suave y dulce. Una señora de unos cincuenta años que tenía puesto un vestido largo con encajes blancos y flores verdosas se paró lentamente y caminó hacia la puerta del médico que se abrió a medias para dejar salir a un hombre calvo, bajito, con panza de burócrata que lucía muy afligido llevando un papel blanco que parecía una receta en sus manos. Este ha de tener gonorrea, pensó Ana al ver al hombrecito salir pausadamente del despacho del médico. La lluvia se intensificaba y a lo lejos escuchaba el retumbo de los relámpagos que rompían el cielo negro alumbrando con los rayos los árboles erguidos de la campiña. A la Universidad podría asistir hasta un poco antes del parto, analizaba Ana ese recodo, eso si Raúl se esfuerza y consigue trabajo para tener ahorros y así comprar un coche, esperando que para esa época la furia de los varones de la casa se habrá aplacado. No había reloj en la sala de espera, pero Ana calculó que ya había transcurrido una hora desde que había llegado a la clínica. En este momento serán aproximadamente las seis de la tarde pensó. En ese instante la señora del vestido de flores salió por la puerta de la oficina del galeno y pausadamente se acercó a su acompañante para luego salir de la sala.
.-Marina de la Cerda pase.- anunció nuevamente la secretaria y con un brinco nervioso la pareja se puso de píe para enfilarse hacia la oficina del doctor. Marina se veía asustada y dio una mirada fugaz y de complicidad hacia donde estaba Ana que sonrió levemente. Para ese entonces, Ana era la última paciente y la secretaria había interrumpido sus labores para ver con curiosidad a Ana. .-es su primer aborto.- preguntó iniciando una conversación que rompiera el hielo entre ambas y que las distrajera un poco la atención al insolente aguacero y tormenta que empezó a oírse con mayor estrépito. ¡Si! Respondió Ana tratando de evadir explicaciones ulteriores. .-Bueno eso pasa cuando no se tiene experiencia e información.- añadió la secretaria como justificando los embarazos no deseados. .-Así es.- dijo distraídamente Ana mientras observaba por la ventana como el viento se llevaba hojas y ramas y las luces de los relámpagos se aceleraban. Repentinamente una rama dio en la ventana de vidrio haciendo un agujero y un latigazo de agua fría entró por un rincón de la clínica. -Dios mío se nos va ha inundar la sala.- gritó la secretaria corriendo donde se encontraban aperchadas las sábanas de las camillas de la clínica. Tomó un par de ellas y corrió para colocarlas en el agujero que se había producido. Era inútil, el agua seguía llenando el espacio. Al ver esto Ana se levantó para colaborar con la secretaria, pero el esfuerzo de ambas era en vano. A los gritos de Ana y la Secretaría el Doctor Mass, salió de su despacho y vio a las dos mujeres luchando por contener el agua que por la brutalidad de la lluvia penetraba por la ventana. El trueno de los relámpagos se sentían mas cercanos y el viento volaba las láminas de las casas de la población. La pareja de jóvenes que estaban dentro del despacho del doctor salieron despavoridas con intenciones de alcanzar la puerta de salida, pero para ese entonces un par de láminas se había desprendido de la clínica y ahora el agua, penetraba a torrentes y fuerza también por el techo. El pánico hizo presencia en todos al ver que el agua les cubría las rodillas. - -Vamos a la cocina dijo el Médico, gritando quizás ahí es mas seguro.-
La lluvia que no cesaba, había desbordado los dos ríos que acordonaban el pueblo. Era un vendaval de agua, troncos, piedras y lodo que se desprendía por la pendiente que topaba exactamente con las primeras casas del pueblo entre ellas la de la clínica. El doctor Mass, Ana, la Secretaria y la pareja de novios lograron alcanzar una esquina de la clínica donde se encontraba una pequeña cocina que también usaban para desinfectar jeringas, y otros utensilios médicos que se usan en los abortos y otros tratamientos de ginecología.
Pero no lograron entrar en la cocina, un estruendo tenebroso sacudió el lugar y un torrente de agua lodo y piedras tiró como hojas de papel las paredes que sostenía la clínica, arrastrándolos a todos calle abajo.
Unicamente se escuchaban los gritos pidiendo ayuda, pero el torrente era brutal y arrasaba todo lo que se ponía en frente.
El diluvio cedió con los primeros rayos del sol para dejar ver el desastre en en toda su extensión. Un silencio sepulcral siguió la noche y algunas aves y un perro flaco aparecieron con las primera luz de la mañana.
Nadie de los que se encontraban en la clínica y sólo unos cuantos habitantes, de la población sobrevivieron a este cataclismo.
Dos meses después no se habían terminado los trabajos de limpieza de calles, hogares y negocios de la terrorífica inundación que enlutó a toda la nación.
De la clínica solo quedo el letrero de madera en que se leía.
"Clínica de Urología" Dr. Santiago Mass.


Aurelio
13 de Noviembre, 2007.


Texto agregado el 07-12-2008, y leído por 178 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
13-01-2009 Me ha gustado leer esta historia bien narrada. Con los adjetivos justos, sin abusos literarios, como se hace la buena literatura. Felicitaciones. preludio
 
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