Muy estimados lectores: Les anticipo que, este escrito, no trata de figurar (ninguno de mis escritos lo intenta) entre las numerosas obras que han sido escritas por destacados psicólogos y sociólogos. El nombre que figura en todos mis escritos, es un pseudónimo por lo cual, mi verdadero nombre, le conoce muy poca gente. Seguramente por la certeza y la escasa convicción de mi propia valía, pero también por honrar su recuerdo, decidí usar los nombres y apellido, de mis abuelos maternos y paternos.
Me arriesgo a expresar mi opinión si bien, me abstengo de calificarla, como un mero consejo de auto-ayuda. Los consejos se dan bien pero hay que saber cuánto duele una muela; por ejemplo. Pero usted, estimado lector, ya sabe que por muchos consejos que reciba, no sabrá cómo y cuánto duele una muela, hasta el momento del padecimiento en el trascurso de ese doloroso trance.
Por ello es necesario entender los consejos desde el principio, la finalidad de los mismos, y el consiguiente mensaje. Casi siempre exceptuando de entrada, las desgracias súbitas e inesperadas, que las hay, las cuales pueden ser merecedoras de un consejo, imprescindible casi siempre de consuelo, con el necesario equilibrio, a fin de contribuir a paliar el lacerante dolor sufrido en todo trance desgraciado.
Pero, más allá de los consejos y de las propias desgracias, ¿qué es la felicidad? me pregunto. Les ruego que lean detenidamente cuanto de breve, tiene el siguiente ejemplo de infelicidad.
Conozco a una pareja. Trabajan los dos y habitan una vivienda de nivel superior en un barrio selecto, vivienda que es propiedad de los padres de la muchacha. Ambos son muy jóvenes, son padres de una niña, que ha nacido sin taras genéticas, sin enfermedades, con algún constipado y poco más.
Los abuelos tampoco sufren enfermedades, salvo algo de reuma, hipertensión no excesiva y es posible que con algo de azúcar en sangre, de todo lo cual no tengo constancia ni necesito tenerla, por su muy avanzada edad. Estos mayores son los padres de la joven, los cuales le entregan dos mil euros cada mes, Los padres de su marido colaboran con la misma cantidad, es decir, perciben cuatro mil euros en total Si se han sorprendido, como me imagino, siéntense en un lugar seguro.
El padre de la niña, obtiene de su trabajo, dos mil trescientos euros al mes. La madre cobra otros mil quinientos. Al propio tiempo, los dos abuelos, les abonan el alquiler de la vivienda.
El muchacho está frustrado, vive sin vivir en él, como diría Santa Teresa de Jesús, porque no ha podido comprarse un “Rolex de oro”. Yo, que intento ser imaginativo, supongo que alguien de su alrededor luce ese modelo de reloj. Como quiera que ya han transcurrido algunos años desde esta singular anécdota, supongo que ahora irá por ahí luciendo ese original reloj.
En la situación de este afortunado joven, felizmente casado con una muñeca de mi unidad familiar, este pendón que soy yo, que luce un reloj de cinco con noventa y nueve euros, (mi nieto no me lo aceptó) ni anillo de oro el cual estoy autorizado a llevar por mi propio escudo de armas por cierto, ni pluma de oro, ni gemelos de oro, ni encendedor de oro. Ni muelas de oro (bueno una sí).
Y qué sería. Más guapo, más alto, más fuerte, más inteligente o talvez, más idiota. Seguramente ya saben ustedes que los antiguos griegos llamaban “idiotes” a sus coetáneos que llevaban los bolsillos llenos de monedas, supongo que lo decían por lo que pesaban entonces sus monedas.
Me pregunto qué es la felicidad. Y tengo que responderme que, la felicidad no es eso. Estoy convencido de que la felicidad, no es dinero. Hay estudios que aseguran que, la diferencia de felicidad entre un pobre y un rico, varía en poco más de un doce por ciento.. Es decir, al tener lo necesario, (lo necesario en muchos casos es excesivamente excesivo), todo lo demás, no aumenta el grado de felicidad. Incluso mucha riqueza hace infeliz, según parece.
Mire a su alrededor. Si por que usted va en un Mercedes, por nombrar una sola marca, piensa que la envidia de los demás hacia usted, le hace más rico, es entonces cuando empezamos a equivocarnos. Sepa, se lo digo por si no se ha dado cuenta, que cuando atraque su barco de quinientos millones en el puerto, en cualquier puerto, atracará a su lado un yate de mil millones o más. Recuerde a aquel tan singular Diógenes. ¡Aparta que me quitas el sol! También mi admirado Tagore dijo algo como; “el pájaro, con demasiado oro, no consigue volar”
Se puede ser feliz, bueno, relativamente feliz. Tres de mis más ricos directores, junto al propietario de la Empresa, así lo certificaron. Si esa es su meta delante “asegure el futuro de sus nietos”
En muchas ocasiones, los más pobres, son los más ricos en serenidad de espíritu. No necesitan aire acondicionado, les basta la sombra de un pino. No les hace ninguna falta epatar a nadie. Se sienten vivos, debajo del árbol, siguen teniendo los pies sobre la tierra. Disfrutan de lo inmediato, lo que está al lado, aunque solo cubran sus necesidades más perentorias, una urgencias que no siempre lo son. De otra parte, por si les toca la quiniela, suelen tener la lista de aquellos a los que podrán ayudar. Si ustedes me han leído antes de ahora tal vez recuerden que he dicho que los jóvenes de hoy, tienen un exceso de juguetes. Los maduros también.
He ahí las enormes diferencias éticas y sociales, al parecer insalvables, de nuestro mundo genial. Con felicidad o sin ella; unos tanto y otros tan poco
Robert Bores Luís
5 – 07 - 2004
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