¡Se cayó de la mano de Dios?
La expresión más común de nuestros compatriotas es "Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires".
Ya no es así. Dios bajó los brazos y se puede observar allí el deterioro en todo su esplendor. Ciudad cara y más europeizada que nunca -por lo del eruo, ¡viste?- Triste es ver a los burgueses capitalinos hacer sus cabriolas para sortear los obstáculos que le ofrecen sus arterias céntricas al escupir todo tipo de basura: plásticos, cartón, cables, caños, botellas, jeringas, condones, etc., etc., etc.. Este paisaje se torna más sombrío aún al elevar los ojos pues se topan con testimonios arquitectónicos de tiempos gloriosos, sostenidos por andamios y cubiertos con negras túnicas sintéticas que dan la imagen de tórridos esqueletos.
Los subtes asfixiantes en pleno invierno, nos reciben con túneles y escaleras plagadas de basura y sus artísticas paredes sucias o cubiertas de madera.
En este caos urbano ya no se percibe esa ciudad pujante que se distinguía como única en Latinoamérica, por el contrario, contagia una velocidad hosca, rutinaria, agresiva y alienante.
¿Qué nos pasó como ciudadanos? ¿Dejamos de quererla? ¿Desde cuándo? ¿Por qué?.
La pobreza no justifica la indignidad, sobre todo ahora que su rostro se expone al mundo entero como mercancía turística. Su inseguridad la hizo retroceder a la Edad Media, estableciendo feudos habitacionales y turísticos protegidos por murallas aislantes, visibles o invisibles, con el fin de ofrecer un espectáculo estético, folklórico canyengue e irreal de nuestra sociedad, ocultándonos destrás de una fachada, pero el visitante, capta la realidad sin comprender la sinrazón de esta ciudad empobrecida y desesperanzada.
¡Tenemos tanto y hacemos tan poco!
Podemos, sí podemos recuperar nuestro patrimonio, el que nos representa con toda su heterogeneidad, que es lo más rico que tenemos como identidad. |