Temiendo al mañana, no nos permitimos disfrutar del hoy.
Nos quedamos pegados en el análisis sobre lo que pudo haber sido y lo que debería ser.
Es difícil vivir conectados a nuestro presente y permanecer en él.
El no aceptarnos y el no admitir las cosas que suceden en nuestras vidas,
nos lleva a tratar de manejar las circunstancias.
Nos enredamos con lo que acontece en nuestro exterior,
lo que nos trae ideas y sentimientos que nos alejan del momento actual.
El presente implica conciencia, atención, sensibilidad, amor.
En cuanto nos mantenemos con todos nuestros sentidos
entregados a nuestra realidad inmediata, sin emitir juicios: así podemos vivir la armonía y la fuerza inherente al alma.
Debemos comprometernos con todo nuestro ser en el momento actual, para lo cual debemos hacer una sola cosa a la vez y encontrarnos en ella.
Preocupaciones, recuerdos, resentimientos, culpas, miedos, agitan nuestra mente.
El pasado es una ilusión que existe en la memoria
y el futuro va a suceder,
no existe aún.
Para avanzar hacia ese estado de felicidad es esencial entrenarnos en observar
sin criterio
sin proyectar nuestros deseos o miedos
sin armar historias sobre lo que sucede.
Cuando la mente divaga,
pongamos atención a la respiración, inhalando y exhalando
volvemos a sentir nuestro cuerpo, regresamos a nuestro centro y nos contactamos con nuestro presente:
se culpa a la educación, a la sociedad, a la salud, a los vecinos, a los hijos, a los padres, al trabajo, todos, nadie comprende,
allí nacen los sueños felices, yo, no culpo a nadie.
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