Más que nunca antes, hoy Esteban habla con sus maniquíes blancos. Recién amanecido entre la espesura de la incierta madrugada tambaleante.
Su mirada atenta comienza a relajarse al ritmo en que el pocillo del desayuno se vacía bajo la sed.
Se sabe absurdo hombre lobo.
Pero de todas maneras lejos de la demencia todo fluye de forma generaliza.
En realidad estos pocos muñecos son parte de un negocio de vestimentas. Circunstanciales compañía que irán rotando debiendo de volver a la vitrina.
Es una relación espuria que se irá esfumando hasta hacerse evanescente, entre baídos desconcertantes que la sana indiferencia permite dejar derrumbar. No es una relación descartada de un hombre conviviendo con muñecas gigantes.
Sino que por los avatares de un paso fortuito, estas entelequias se tocan el hombro dándose palmadas apenas insignificantes. Entonces tan solo se intercalan miradas de piedra gigantes.
Apenas si comentarios de Esteban el único,
donde como mucho quizá el desmedido aliento empañe la férrea materia de yeso.
Pero un poquitín perturbado, Esteban tapó decidido con una sábana, la figura completa de uno de las acompañantes. Uno de los maniquíes que en especial ayer avivara pensamientos que bien podrían vincularse con lejanos deseos del instinto.Tuvo ganas, y hasta en vano esperó ilusionado, que el fantasma de piedra se trocara en una princesa.




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