Eternos
Desde la cima del acantilado el enorme hombre desafía la furia del viento que enfrenta sus gritos como queriendo introducirlos de nuevo en su feroz garganta.
Abajo, en la angostura de la playa de arena, una hermosa joven, de tersa piel cobriza de sol, sentada sobre una de las rocas que salpican la costa, sin oírlo, sueña con su mirada inquieta sobre la rústica pulserita de caracolas en su muñeca.
Vuelve a tomar aliento pero el rugido de su voz ni la inmuta, pareciera como si el bramido del mar se engullera sus alaridos.
Emergiendo veloz de un lado de la playa ve aparecer a un joven corriendo hacia ella.
- ¡No!
El joven adonis llega hasta la chica, y saludándola con un beso en la mejilla se sienta alegremente a su lado. Ríen y conversan embelesados sólo viendo sus ojos, sus manos, sus rostros, no existe otra cosa, no existe el mundo, sólo el amor puro del uno al otro oculto tras un ingenuo pudor adolescente.
Grita una vez más sin comprender por qué su voz no es escuchada. Ya es demasiado tarde, pero no puede resignarse advirtiéndoles vehementemente una última vez.
- ¡Tsunamiiiiiiii!
Desde la cima todo es claro. La gigantesca masa de agua que se acrecienta vertiginosa ya se eleva voraz sobre la costa
Aún inmersos en su mundo, el muchacho extiende tímidamente tres dedos de su mano confesándole por primera vez (“Te amo”), iluminando con una feliz sonrisa el rostro de ella, que le responde con su pequeña mano emocionada al señalarse el pecho y luego a él (“Y yo a ti”).
Y cerrando los ojos sus manos se callan, mientras sus tiernos labios se funden sumidos en el mágico néctar de un dulce primer beso… eternizado por el mar.
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