SIN MAR

A la plata.

Cómo hacer la travesía sobre el denso gris
donde la ola no es ola
sino una profusa secuencia de ondas
que de vez en cuando asoman
y ya el abismo las engulle.

Qué tristeza oprime a tu cresta,
qué coarta tu creciente embate,
es esta especie de ahogo
entre dos tierras que te ciñen;
nada sabes del gesto que prosigue al abrazo
que después de cerrarse, queda abierto para siempre.

Agua sin sobresalto: estrujas mi denuedo;
marcho sin marcha a ninguna parte
parás el tiempo, te lo llevas contigo,
siento el terrible miedo de quien cierra los ojos
anticipando la insoportable idea de no abrirlos más.

Y sin embargo…
cierro para aproximarme a tu silencio,
traes de mi más lejana memoria
la evocadora apacibilidad de los estanques.
Eso mismo: Eres el gran estanque de plata,
alterado por el curso del rayo o de la estela,
apenas obnubilado por el roce de la quilla
de un naviero que te abre de francamente
sin que le muestres mayor escollo,
conmueve tu belleza de aguas en desmayo.

Muere todo propósito de atracar a hora fija
sos vos y no los otros quién traza la bitácora de viaje
provocas a la lluvia a venir sobre la nimiedad de tus olas,
el cielo ha mutado a un gris hermano menor tu gris,
sonrío pensando que eres la más perfecta obra de lo impuntual
porque has hecho a capricho el itinerario de un barco
que una vez montado en tu escarceo ya que no es dueño de sí,
tal como yo no soy dueña de mí desde que zarpamos de Montevideo
hacia ninguna parte, sin tiempo, navegando por aguas sin Mar.