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Inicio / Cuenteros Locales / semantex / elección del cuento \"La mosca newyorkina\" de gustavini

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Erase una mosca distinta a todas las moscas del mundo, que pasaba sus cortos días, no en los basurales de la ciudad, sino en el más lujoso hotel de Nueva York. Una mosca muy lista, que astutamente evadía todos los controles de vigilancia para ingresar a los dormitorios y especialmente a la cocina. Y vaya que era de buen diente, pues no comía cualquier cosa, sino que, luego de olfatear bien los potajes del menú, escogía el plato más exquisito según ella. Y además, una mosca de exigentes oídos, pues, todas las tardes, después del almuerzo, iba al salón de descanso de los turistas para deleitarse con el pianista que interpretaba música clásica. Y por si fuera poco, era una tremenda conchuda, porque solía dormir plácidamente sobre las tibias y confortables almohadas de las habitaciones más caras del hotel. Definitivamente, una mosca rarísima, de otra estirpe.

Mas, sucede que su presencia y su estilo de vida tan refinada fue descubierta por cocineros y huéspedes, y pusieron precio por su cabeza. Por todos los rincones del hotel empezaron a buscarla viva o muerta.

Fue así, que una noche, mientras escuchaba el dulce piano en el salón de descanso, se quedó dormida sobre un espejo que colgaba sobre la cabeza del pianista. El mayordomo del salón, luego de sorprenderla muy oronda en sus pacíficos sueños, cogió un matamoscas de plástico y le pegó fuertemente, sin poder matarla. Vio que la mosca huyó herida, dando tumbos por los aires, perdiéndose por los jardines interiores.

Allí estuvo escondida, entre las hojas de unos geranios, hasta que, a medianoche, voló en busca de una suave almohada donde poder descansar y reponerse del golpe recibido.

Pero apenas se internó a una habitación escogida al azar, le dió unos tremendos mareos y cayó dentro de una maleta abierta. El dueño de ésta, no se dió cuenta, pues estaba de espaldas, desempacando unas cosas para meterlas dentro de la maleta abierta. El hombre estaba a punto de dejar del hotel para ir al aeropuerto.

Con la cabeza que le daba vueltas y con los ojos somnolientos, la mosca se preguntaba dónde había caído. Quiso levantar vuelo pero no tenía fuerzas. Se asustó cuando todo se oscureció, y es que el hombre había cerrado la maleta, listo para tomar el avión.

Recién cuando escuchó el ruido de los motores, la mosca supo que estaba a bordo de un avión. En pleno vuelo, la mosca se sintió con las energías recuperadas y no se cansó de caminar sobre objetos blandos y duros en medio de las tinieblas, buscando impaciente algún hueco por dónde escapar. De pronto percibió que el ruido cesó y sintió que la zarandeaban. El viaje había terminado y el hombre, presuroso, retornaba a casa con la maleta pesada.

Entonces, apenas abrió la maleta, la mosca salió disparada sin ser vista y se posó en el alféizar de una ventana.

-¡Esto no es Nueva York!- dijo sorprendida, quejándose, cuando contempló desde allí a esa ciudad desconocida.

No escuchaba el ruido de los trenes subterráneos, ni veía los espléndidos rascacielos, ni mucho menos el mar con sus encantadores barquitos o ferries que llevan a los turistas a conocer la Estatua de la Libertad. Aquella era una ciudad totalmente distinta, silenciosa y con casitas pobres de un o dos pisos a lo mucho, y apenas se veía uno que otro carro por los alrededores. Pero lo peor de todo para la mosca, era que el sitio olía mal.

-¡Carambolas, a dónde vine a parar!- refunfuñó silenciosamente.

Aunque tenía un hambre terrible, no se atrevió a buscar comida en unos cilindros de basura que podia ver a cierta distancia. Orgullosa como ella sola, prefería morirse de hambre antes que comer del muladar.

A su pesar, renunció a la posibilidad de aventurarse a buscar comida suculenta, porque en ese lugar era imposible encontrar un hotel de la misma clase de su hotel de Nueva York. Pero como el hambre apremiaba y le exigía una solución immediata, no tuvo más remedio que pensar en buscar algo en la cocina de aquella casa donde había arribado. Quien sabe, pueda que por un milagro halláse algún plato de categoría. Estaba a punto de dejar la ventana y meterse al interior, cuando de pronto vio que un enjambre de moscas salían de un cuarto y se dirigían a ella. La mosca espantada y temerosa que le hicieran daño, huyó volando para afuera. La siguieron sin descanso un buen rato, hasta que la mosca no pudo resistir más la persecución y, agitada, se posó sobre unas maderas abandonadas en un solar deshabitado. La acorralaron como once moscas, todas ellas flacas y con sus caras feroces.

-¡Miren que mosca tan gorda!- comentó una de ellas.

-Si, está bien papeada- añadió otra.

-Ajá, y no parece una de nosotras- dijo alguien.

Y efectivamente, la mosca newyorkina temblando del miedo, comprobó que esas moscas espantosas y escuálidas no se parecían para nada a ella.

-¿De dónde eres, princecita?- le preguntaron en tono de burla, pero ella permaneció en silencio, sin comprender el extraño idioma que le hablaban.

-Responde, malcriada- le ordenó una y empezó a cachetearla. Las demás también empezaron a golpearla y le exigían que las llevaran a donde comía, porque al parecer, allí se comía bien, por lo robusta y el buen semblante que mostraba.

La mosca newyorkina, entonces, se hechó a llorar.

-Ya déjenla… Para mi que ésta no es de estos lares. Derrepente no nos entiende- dijo una de ellas y dejaron de maltratarla.

-Jajaja, debe ser una mosca gringa- habló otra, sin saber que decía la verdad.

Las moscas dejaron el solar abandonado y ella quedó más desamparada que nunca. ¡Cuánto añoraba su Nueva York en esas horas tan difíciles!

La noche la sorprendió dormida entre las maderas viejas, y cuando despertó, apenas divisó la tenue iluminación de esa ciudad que ya le causaba un miedo escalofriante. Quiso regresar a la casa del hombre que la trajo, pero no podía recordar el camino de regreso. Estaba en un verdadero callejón sin salida.

El hambre atroz empezaba a vencer su orgullo y se sintió tentada por deambular por los basurales cercanos. Entonces, contra su voluntad, escarbó en ellos y halló trozos de tomate podrido. La mosca que horas antes la había defendido, había regresado, y sin que la mosca newyorkina se diera cuenta, la estaba observando. Vio que ella se resistía a comer lo que encontraba.

-Estás que te mueres de hambre pero no te atreves a comer de allí- le dijo.

La mosca newyorkina dio unos pasos para atrás pensando que le pegarían de nuevo.

-No tengas miedo, no te haré daño- dijo en tono amistoso la mosca. Y como sabía que la mosca newyorkina no le entendía, le extendió la mano para que tuviera confianza de sus buenas intenciones. Como en todo rincón del mundo, por fortuna, siempre no falta un corazón generoso, y esa mosca buena estaba dispuesta a ayudarla. Sabía que la mosca newyorkina era extranjera, y que la estaba pasando muy mal. Comprobando que no comía de la basura como las demás, le trajo un pedacito de pan con mermelada de naranja.

-¿Qué te crees, que sólo tu tienes buenos gustos? Ja, yo también los tengo. Mira, te traje este manjar riquísimo que saqué de la casa de los más ricos de esta ciudad. Prueba- le invitó, y la mosca newyorkina, previamente oliendo por todos los costados, lamió la comida sin parar, con un apetito descomunal.

-I live in New York. I wanna get back to New York- le dijo en inglés a la mosca buena. Esta no entendió que la mosca newyorkina le decía que vivía en Nueva York y que quería regresar allá.

-¿Qué será “niuyor“?- se preguntaba la mosca buena cada vez que la mosca newyorkina le repetía lo mismo.

Toda la madrugada la mosca buena se la pasó haciéndole gestos para que comprendiera las historias que le contaba para entretenerla de sus penas, aunque a decir verdad, la mosca newyorkina no le entendía absolutamente nada, pero le agradecía en silencio su noble vocación de compañía y amistad. Cuando sintieron frío, buscaron dónde calentarse. Quisieron refugiarse en alguna casa pero todas las ventanas de ese lugar estaban cerradas. Al poco rato se cubrieron con unos trapos que hallaron entre los basurales y se durmieron pacificamente: la mosca newyorkina soñando con el retorno y la mosca buena, soñando con la solución para su amiga.

Al amanecer, el ruido de un avión que sobrevolaba la ciudad las despertó, y la mosca newyorkina lo miró con nostalgia, imaginándose a bordo de él, de regreso a su Nueva York amada.

La mosca buena advirtió que los ojos de su amiga se le humedecían, y que no perdía de vista al avión que se alejaba.

De pronto, soltando una risa estrepitosa, la mosca buena estalló con gritos que asustaron a la mosca newyorkina.

-¡Claro, cómo no lo pensé antes! ¡Tenemos que ir al aeropuerto! ¡Vamos al aeropuerto, a volar de immediato!

Y le hizo una seña para que la siguiera. Aunque el aeropuerto estaba lejísimo, había que llegar a como dé lugar, aunque les costó frío, hambre, cansancio y también unas buenas trompadas con pandillas de moscas hostiles y mal educadas que encontraron por el camino. Y vaya que experta boxeadora resultó la mosca buena al defender a la mosca newyorkina de las moscas que la querían agredir. Se fajaba valientemente con más de veinte a la vez. La mosca newyorkina también tuvo que meter uno que otro golpe para ayudar a su amiga.

Al fin, cuando llegaron al aeropuerto, la mosca newyorkina se asomó cerca de las filas que hacía la gente, esperando que alguien hablara inglés. Una mujer lo habló, pero vio que la etiqueta de su maleta decía que iba para Canadá. Escuchó a otra hablarlo, pero la etiqueta decía que partía para Inglaterra. Hasta que se alegró cuando un hombre hablaba en inglés a su celular, comentando a alguien que llegaba al aeropuerto J.F.Kennedy de Nueva York a las 7 de la mañana.

Buscó infructuosamente por los alrededores de la maleta algún hueco por donde ingresar. Pero para suerte de ella, el hombre llevaba puesto un abrigo de piel con anchos bolsillos.

Antes de meterse a uno de ellos, se abrazó fuertemente de la mosca buena.

-Bye, my good friend. Thanks for all- le dijo en inglés: “Adiós, mi buena amiga. Gracias por todo”.

-¡Adiós, mosca gringa, no te olvides de mi y mándame algún regalito!- le dijo risueña la mosca buena.

Pocas horas después, la mosca viajaba contenta, acurrucada en el interior del bolsillo aterciopelado. Luego, cuando ya amanecía, se asomó a las ventanas del avión justo cuando estaba por aterrizar a la ciudad. Estremecida por la emoción, vio desde todo lo alto, la hermosura de Manhattan: allí, el espléndido laberinto de sus rascacielos; el fresco verdor del Central Park; ese lápiz inmenso que es el Empire Estate; la solemnidad de la Estatua de la Libertad y esas dos hermanas bellas llamadas las Torres Gemelas.

Entonces, apenas se abrieron las puertas del avión, la mosca newyorkina salió volando rumbo a la estación de los trenes. Allí tomó el tren “A” que la llevó a su hotel que extrañó con fervor.

Sus últimas horas las disfrutó comiendo los más deliciosos manjares, huyendo de los cocineros que iban rabiosos detrás de ella con sus feroces matamoscas.

Se escondía en las habitaciones más caras para echarse una siestecita, frente a las narices de los huéspedes, quienes, al despertar y verla muy fresca, patas arriba sobre los almohadones tibios, se levantaban furiosos para perseguirla y aplastarla con cualquier cosa.

Al caer la tarde, cansada de tanto huir, se posó sobre el espejo que colgaba sobre la cabeza del pianista que a esa hora interpretaba música de Chopin. Cerró los ojos y movió su cabecita al compás de los celestiales y tiernos acordes del pianista. No tardó de escuchar los pasos furibundos del mayordomo que seguramente ya la había visto y venía con el matamoscas para desaparecerla. Pero la mosca no huyó y siguió con los ojos cerrados. Empezó a imaginarse como una directora de orquesta, meneando la batuta con una de sus manitas, dirigiendo sonriente el último concierto de su vida.

Antes que se dejara aplastar por un cruel matamoscas, la mosca newyorkina se convenció que no había despedida más sublime, que irse de la vida, arrullado bajo las notas de la música que uno ama, y mejor aún, en la tierra que uno adora.

Texto agregado el 03-12-2008, y leído por 1997 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
10-12-2008 Desde luego, otra cosa se podrá decir de tu texto pero originalidad no le falta. Cuando llegue el verano y una mosca empiece a molestarme, le preguntaré si ha estado en Nueva York. Después iré a buscar insecticida. Saludos. poirot
08-12-2008 Felicitaciones ,de verdad me gusto cuando lo lei antes y ahora me atrapo nuevamente .Un gusto shosha
07-12-2008 A mí me gustó mucho, realmente. Me fue gustando de menos a más, y no lo pude dejar. Felicitaciones. ***** permiso
05-12-2008 Realmente una sublime manera de morir. m_a_g_d_a2000
05-12-2008 Este no lo disfruté tanto. Pero igual es un buen texto!! colomba_blue
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