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Estamos solos

“Cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad”
Rosa Regás.

Mi dedo índice hacia círculos deslizándose por el borde del pocillo de café. Joaquín tenia la mirada dirigida al techo de la confitería desde hacia varios minutos. Sus ojos brillaban por la humedad de agotadas lágrimas. Ya no tenía más que decir. Yo tampoco tenía nada para decir. A veces el silencio es lo que mejor se acomoda al dolor del alma.

Mariana Sartell se destacaba como velocista en los cien metros llanos. Le resultaban tediosas las mañanas en el colegio, muchas veces se preguntaba para que estudiaba tanto si ella lo que quería era correr. Correr y correr. Sus padres le habían educado perseverantemente al igual que a su hermano Joaquín. Mientras este soñaba con liquidar materias para conseguir llegar a tener el título de Arquitecto en la Facultad, Mariana cursaba su último año para recibirse de Bachiller. La joven con diecisiete años recién cumplidos, sentía adoración por su hermano que la protegía y escuchaba con una sonrisa tierna heredada de su padre. Con él aprendió a bailar salsa, merengue y cha-cha-cha. Muchas veces Joaquín se quejaba de no poder disponer de algunas tardes para estudiar o salir con sus amigos pues su hermana le pedía que la acompañara al Club y la cronometrara. Pero en el fondo de su corazón el muchacho sentía una fuerte emoción por los progresos de su hermana. El profesor de atletismo esperaba mucho de ella pues le veía fuertes condiciones anímicas agregadas a las atléticas. Desde infantiles venía logrando algunos triunfos que aventuraban posibles éxitos. Estaba en la edad justa para explotar en los torneos que se avecinaban para seleccionar atletas.
Con su metro setenta de estatura, su figura estilizada y cabellera sujeta coquetamente en la coronilla, dejando un mechón rubio que ondeaba al viento mientras corría. Seducía a compañeros y preparadores físicos presentes. Era una joven veloz y agraciada. Joaquín y sus padres se sentían orgullosos de ella.
Ese fin de semana no pudo venir a buscarla la familia Pires quienes le llevaban y traían junto a otra amiga que pasaban a buscar para ir a bailar. Protestando Joaquín aceptó llevarlas en su automóvil pero con el consentimiento de sus padres que la dejaba en el boliche bailable y por celular se comunicarían cuando pasar a buscarlas.
Luces, sonido, música, mucho calor, mucha agua mineral, mucha transpiración, muchos gritos, mucha diversión. Por supuesto que no todos tomaban agua mineral, sabemos que en la noche para el frenesí hace falta algo más. Para algunos mucho más.
Mariana había mandado tres mensajes de texto y dejado un mensaje en el contestador del celular de su hermano en vano. Su amiga Valeria decidió llamar a la agencia de remis y solicito un coche.
Un automóvil se detuvo en la puerta del boliche y esperaba con las luces destellando, Valeria dudó pues no conocía el coche, pero al cabo de unos minutos se acercó y por la ventanilla habló con el conductor. Se dio vuelta y llamó a Mariana.
Charlaron entre ellas dentro del vehiculo, alguna queja para con Joaquín, algunas risas, estaban alegres. Luego Valeria se bajó en su casa y el automóvil siguió con Mariana a bordo quien se ofreció pagar el viaje.
A las pocas cuadras el automóvil giró a la izquierda y la joven le indicó al conductor que se equivocaba en la dirección. No obtuvo respuesta. Volvió a reclamarle al conductor por el error y notó que el automóvil había tomado mucha velocidad y se alejaban de las luces. Entonces Mariana supo que algo estaba mal, muy mal. Le gritó al conductor y luego se le tiró encima. El vehículo se frenó bruscamente y un fuerte dolor en la nariz y la frente la dejaron casi desvanecida. El codo del hombre le había reventado la nariz y casi no podía ver de la sangre que manaba. El vehículo se detuvo. De nada valieron los gritos, el llanto, las patadas, todo estaba mal, muy mal. El hombre como un animal desgarró sus ropas mientras ella no podía casi respirar con su rostro apretado contra el asiento trasero del coche. Sintió el dolor desgarrante del ingreso de la bestia en su cuerpo, gruñendo, asesando y emitiendo horribles quejidos ¡Basta Dios mío!- gimió. ¡Papá! –imploró semidesvanecida por la asfixia y los golpes.
El hombre la arrastró fuera del coche tirándole de sus cabellos y del brazo.
Mariana con los ojos abiertos sin parpadeo, vio una cortina que se cerraba en una casa vecina. ¿Por qué Dios nadie me ayuda? Fue lo ultimo en ver y pensar en su corta vida, luego…la oscuridad.
Un perro lamió el rostro ensangrentado de la moribunda. Ningún vecino se acercó, solo el perro.
Amanecía cuando llegó la policía.

Texto agregado el 03-12-2008, y leído por 422 visitantes. (22 votos)


Lectores Opinan
05-09-2016 Una muy violenta narración se un de tantas historias que llenan las páginas de los diarios de hoy. Bien narrada y vasta saber si es una historia verídica. Igual vale la intención de narrar un policial negro. Al estilo Chandler. deojota51
07-05-2016 Parece la narración de una historia real, mas que un cuento. borrador
12-08-2013 En verdad he apreciado esta lectura y el título es atinado, no hay final feliz, solo la realidad cual cruenta es, leeré más de lo tuyo, saludos! dromedario81
17-02-2013 Una dolorosa historia, está a la vuelta de cualquier esquina, la inseguridad nos acorrala nos limita y nos encadena al miedo, ya nada tiene valor la vida se escapa así nomas a nadie le importa el dolor ajeno, somos una sociedad de autómatas en un territorio del vale todo y sálvese quien pueda. Triste relato sacado de un noticiero crónico, gracias por hacernos recordar que afuera siguen andando estas vestías. rolandofa
16-02-2013 Te has posesionado del personaje muriendo en absoluto desamparo. Cuando llegue ese momento... quisiera aferrar la mano de alguien querido. Mis***** girouette-
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