Me gusta caminar hasta la fuente, en el parque siempre las ideas respiran mejor, las hojas otoñales nos bañan tan relajadamente. Pienso un poco y, no creo en los milagros, más bien en las sonrisas honestas.
Los ojos reaccionan a la luz, los amarillos se confunden, pero las sonrisas no florecen, claro; estamos en otoño, por eso necesito mirarme y pensarme en carne y hueso, que si me atreviera a adelantar la mano y deslizarla por la superficie el agua acariciaría mi piel con un toque de frescura que a veces olvido tener.
Miro hacia el horizonte, ya debe de ser hora. ¡Oh!, como me gustan sus pasos pausados, el camina lento por que sus zapatos pesan mucho, canta sobre las hojas crucificadas, por eso pesan sus zapatos, por que lleva muchas historias amarradas a las suelas, me he ofrecido a descoserlas un par de veces, pero siempre se niega a que me acerque, tiene miedo de cojear a fin de cuentas, yo me quedo callada, y el no me dice nada. Siempre es así, yo le entiendo, le comprendo, ¿me tomaría la mano?, se que no va a abrazarme, pero disfruto tanto caminado a su lado, es de ojos sinceros y sonrisa amplia, yo intento zurcir sus cicatrices sin que lo note y el procura hacerme sonreír cada vez que puede. Ante el siempre son sonrisas verdaderas y lágrimas verdaderas, es alguien a quien no se le puede mentir, ¿cómo podría?, una palabra, una mirada; y me desarma.
Me gusta que diga cosas sin pensar, suelen ser los comentarios más dulces, me gusta que me diga cumplidos, me hace sentir especial, aunque a veces me trate como a una hermana pequeña que hay que cuidar.
El a veces no sonríe, hay días en que se queda de pie, detenido, los pies le pesan mucho, y no deja que le ayude a descargar los pesos extra, hay días que no habla sin pensar, sino que reflexiona en su interior y no deja que nadie pase a ver. Esos días llueve, por lo general se nubla todo, y entonces me preocupo, por que si el ya no sonriera como…
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