Ojazos almendrados
Volvió a libar su labio como queriendo por ese pequeño lugar arrancarle el alma sentía tanto y deseaba tanto a esa mujer que le parecía imposible que en un cuerpo pudiera haber esa cantidad de sentimiento, la tenia abrazada fuerte en aquel rescoldo, junto a un arco del plaza, se escondieron para decirse hasta luego pero ambos ignoraban que era el adiós, había sido una historia arrebatada, ella llego a su casa de visita junto con una primas y de inmediato aquello ojazos almendras se prendaron de los verdes esmeraldas de él, la adolescencia les daba permiso de ilusionarse, y muy pronto sin decir palabra se entendieron en el lenguaje de las caricias, ese mismo día en la tarde mientras se bañaban en el río sus cuerpos se encontraron con una atracción casi animal, y entendieron los secretos de la vida y se dieron cuenta de todas las cosas, los poemas y las canciones de amor que son escritas en homenaje a aquel sentimiento, ella se introdujo a su cama como polizonte, para él era el paraíso y un sueño casi idílico, ¿Cómo era posible haber vivido tanto tiempo sin ella y sin ese sentimiento? Se separaron en el portal, él se fue y en su camino rumio los recuerdos; los talló, los olio, tomaba su mano y buscaba el olor de ella deseando que el aroma jamás se fuera de su piel.
Un mes después regresó al pueblo y fue a buscarla a la plaza, llevaba unos presentes y un cuaderno de poemas que le había escrito cada noche recordándola. Ahí estaba bella virgen de ébano vestida como de fiesta, ese día la vio más bella, era como en sus recuerdos, le dolió hasta los huesos aquel amor que le quemaba, ese día también perdió la inocencia al ver como un extraño la besaba con la misma pasión que él, en el mismo rescoldo de la plaza.
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