El quemado
No hubo velorio, Ibarra nunca fue velado. Quedó para siempre entre los restos de la casilla al reparo de las dunas.
Fue parte de ese montón de cenizas y chapas que dejó el incendio.
Lo que los milicos encontraron pegado a los fierros de la cama revolviendo con un palo -que al tocarlo se desintegraba- era como la arena misma y volaba, el viento la hacia volar. No quedó nada, nada, ni los tres dientes que tenía.
Y esa noche al cielo se le dio por llover y mucho.
El que vive entre los medanos sabe que la arena esta viva, que se mueve, que nunca amanece con la misma forma que la tapan las sombras.
Y que en un pestañeo lo que cae en ella se entierra, como si lo tiraran desde abajo y no se lo encuentra más. Nada vuelve.
El Flaco cuenta a veces, que el cielo esa tarde se puso rojo.
- Raro cuando pinta pa’ tormenta…desde el mar.
Y que los loros levantaron desde la barranca todos a la vez, como un gran chillido. Como un grito de angustia que se suspendía en el viento. Enloquecidos.
-Algo me asusto por adentro…! -Suele decir el bolichero cuando recuerda.
-Como un miedo o un presagio…
No llegó nadie hasta el Bar, ni un alma se acercó y estuvo solo hasta que la noche se cerró, oscura y los loros callaron.
No había sonidos. Ni gallos, ni relinchos. Las olas llegando eran solo un murmullo.
-Se quemarán los tamariscos? –Pensó.
Y salió a mirar afuera.
No hacia frío pero le volvió el estremecimiento, esa angustia, ahora en el silencio de la playa y fue un temblor en la espalda, entre las paletas.
Cuando entró al salón pensando en prender el farol y ocupado en ello, lo vio.
Estaba Ibarra afirmado al mostrador con una mano apoyada sobre la boca, tapando el mal aliento.
Le sorprendió encontrarlo.
No hablaron pero sirvió ginebra, después -siempre lo cuenta- el pulpero se fue saludando con la mano, sobre el mismo silencio con que caminaba la noche, y en el borde del vaso quedó ceniza pegada.
Con la forma de los labios.
(2008)
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