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A los once años, Leletta, empezaba la secundaria, para llegar a al escuela había que caminar diez cuadras hasta la estación, tomar el tren hasta Victoria, y desde ahí hacer la combinación hasta Virreyes, luego caminar unas 10 cuadras hasta llegar al Normal de San Fernando.
Por suerte desde el barrio El Zorzal viajaban algunos chicos y chicas, entonces aquello se ponía entretenido. Viajaban en el pozo de la puerta sentados en los escalones, fumando algún cigarrillo entre todos pasándoselo, claro Leletta era la más chiquita y participaba solo presenciando y escuchando, apenas entendiendo el lenguaje adolescente de sus compañeros de viaje. A pesar de eso se podía considerar una aventura fantástica el hecho de salir de las calles de tierra y los yuyales de los terrenos baldíos, en raras ocasiones se salía de paseo hacia otros destinos lejanos tan polvorientos y de pastos altos como el propio. Esta salida era diferente, se dejaba la compañía de los adultos por la de los alumnos del Normal, el viaje era ameno, divertido, se llegaba a la ciudad con sus calles empedradas y edificaciones importantes. Esta rutina se iba incorporando lentamente a su vida, se iba acostumbrando a tomar el tren y a hacer las combinaciones. Tanto que algunas veces hacía el trayecto sola porque no coincidían los horarios de gimnasia con ninguno de los chicos del barrio.
Una tarde de octubre, a la salida de gimnasia con un día maravilloso de sol radiante, Leletta, va a tomar el tren para volver a su casa. Al llegar a Victoria, cruza el andén apresurada porque allá está el tren de El Talar. Sube y se acomoda a esperar que el tren parta. El tren partió, pero, hacia el otro lado, el opuesto. La nena se pone pálida, no entiende qué es lo que pasa, enseguida y como puede le pregunta a alguien que está cerca suyo hacia dónde va el tren. Era un tren directo a Retiro.
Esto y el fin del mundo debieron parecerse mucho para la inexperta pasajera. La angustia la invadió totalmente. Ir hasta Retiro, sola, sin monedas para comprar otro pasaje de regreso. Tardar una hora en llegar hasta allá y después cómo volver. Las lágrimas empezaron a bañar su cara tímidamente. Quienes estaban cerca le hablaron e intentaban consolarla y explicarle lo que tenía que hacer. Mas ninguna palabra mitigaba ese terrible sentimiento de desesperación.
Durante todo el viaje lloró amargamente sin poder parar. Un señor muy amable se ubicó cerca suyo y trató de contenerla como pudo. Al llegar a Retiro y bajar del tren un mundo de personas se movía formando una marea humana. Ahora el terror la dominaba. El compasivo señor no se alejó un momento, la tomó de la mano, la condujo con decisión hacia la boletería, sacó el boleto de regreso, la acompañó al andén donde debía abordar el tren y esperó que partiera.
Todavía sentía muchos temores, al llegar debería explicar la tardanza, cómo estaría su madre de preocupada. ¿Estaría preocupada?. La tarde caía serena como si nada hubiese pasado, sin embargo el corazón le ardía de impaciencia por llegar a casa antes del anochecer. Las calles no parecían tan seguras al oscurecer. Y así fue, con la poca luz del día que quedaba corrió las cuadras al bajarse del tren. Todo el paisaje se veía diferente, las sombras ganaban la vereda, los árboles se fundían con el cielo, las luces de la calle empezaban a prenderse y el viento jugaba a mover los faroles y a desplegar sombras siniestras en la modorra de la tarde. Las personas que circulaban eran otras, y no era raro, es que a esa hora no salía nunca. Bien distinto a las travesías diurnas donde se oían los ruidos del juego infantil , las voces de las madres o las vecinas cotorreando entre los cercos.
Al llegar a casa, temblorosa por el miedo a la reprimenda, enseguida rompió en llanto ahogado y palabras entrecortadas para explicar la tardanza. Ese momento era más difícil que aquel otro en el que el tren partió hacia la otra dirección. Y fue bueno para ella llegar tan alterada, recibió apenas un reproche fastidioso por ser tan despistada y no fijarse bien qué tren tenía que tomar. Eso era mucho menos de lo que esperaba, así que suspiró aliviada y se dispuso a ir a hacer la tarea para el día siguiente.

Texto agregado el 01-12-2008, y leído por 163 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
16-01-2015 Muy buen relato, permite ver las imágenes, sentir las emociones, meterse dentro de él. ***** suedith
16-01-2015 Muy agradable de leer. Creo que casi todos nos identificamos con los trenes... ZEPOL
02-12-2008 Logras con el cuento captar lo tenso, por ser parte de la historia de todos. Te felicito. peco
02-12-2008 Muy bueno, es una descripción y narración excelente. Saludos. Oraculo
01-12-2008 Muy muy lindo! Capa! ElnegroHinojo
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