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Con los ojos morados bajó del colectivo para andar en esas calles tan asfalto y diarios en las canaletas; cruzando las líneas blancas, las lámparas que vienen. Huía de aquellas bocinas estériles atolondrando sus pasos. Todo transcurría como cualquier lunes gris, aunque fuera jueves verde de primavera.
La gente se tropezaba sin un saludo para distraer la soledad, las soledades. Con los ojos morados iba Marta -porqué no, todos tenemos algún nombre- esquivando esquinas y charcos; charcos cristalinos, esquinas cenicientas de lunes como jueves verde de primavera. El camino, por rutinario, ha desparecido en su memoria, encerrado por esas voces que pronuncia nimiedades para evitar la pesadez de grises, de lunes, de inviernos tan del otro lado de septiembre.
Para continuar la acción diré que estaba pensando, pensando y nada más; sosteniendo aquellos ojos morados y húmedos. Las lámparas se acercan y se alejan en aquellas líneas blancas de calle. Las manos que no se sostienen con fuerza. Nimiedades sin fuerza. La gente rumea, la justicia que no vale la vida de nadie. Y ella, que no vio pasar las ocho cuadras que iban, ni verá las tres que faltan. Sigue salteando edificios repletos de muerte, grises como lápidas en primavera.
El cementerio con puertas férreas de hierro oxidado por el tiempo, deja pasar a vivos y a muertos, este jueves verde como aquel lunes de invierno. Las pestañas moradas despiden todas esas líneas de las lámparas en penumbras, con sus rayos blanquísimos tan imperceptibles, y sus bocinas estériles. Aunque grite, las manos no se sostendrán con fuerza. Sigue salteando lápidas como edificios verdes de tanto invierno.
A pesar de las flor, los prados, los calores; la nieve cae como lunes, gris, húmedo y asfixiante. Los árboles lloran, los pájaros cantan serenatas nocturnas. Hay una lápida que no puede saltear y Marta se la queda mirando con esos ojos morados, resistiendo las estalactitas heladas acariciando sus vertebras.
Hernán, allí, con su mirada apagada, sus oídos sordos, su mueca llana. Allí, donde no está, donde lo quisiera ver. Hernán, el mejor escritor del escribe ya, el más afinado cantante del grite ahora, el gigantesco estandarte del exprime el instante. Su infancia a flor de piel tan manca, callada y sin nombre en su lápida pálida, su césped verde, su nieve gris.
Hernán sordo por escuchar tantas bocinas estériles; apagó su mirada aquel lunes de invierno, donde las manos de Marta no tuvieron las fuerzas para sostenerlo, donde la nieve húmeda lo derribó sobre las líneas blancas de la calle, donde las lámparas de los autos no pudieron frenar sobre el asfalto, donde los ojos morados se perpetuaron en el tiempo hasta este jueves verde de primavera.
Marta continúa caminando por el camino de la rutina, lleno de vacíos sin memoria; esquivando los autos y sus bocinas, en aquel lunes tan gris, como nieve de invierno.

Texto agregado el 01-12-2008, y leído por 163 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-02-2009 No sé si entendí lo que está escrito. Supongo que describe la vivencia de quien va al cementerio, de manera digamos caprichosa y efectiva a la vez. Lo que no entiendo es el título, el “…escritor del escribe ya”. Entiendo que al boludo de Hernán lo pisó un auto y la otra va al cementerio. No sé, se me hace pretencioso. guy
 
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