El hermoso tren de Laura, descripto por IGNACIA en “PALABRAS EN EL ANDÉN”, recorre algunas estaciones de cuenteros. Palabras precisas, agudas, verdades del corazón que a menudo la razón calculadora no comprende.
También en una conocida y perspicaz cuentera, Gabrielly, después de su biografía, se mencionan diez y siete estaciones de cuenteros.
Una noche, aún despierto, se me apareció el Mudo y me dijo:
- “ Ay, Islero, qué generosa fue Ignacia con tu estación....Eres cabeza dura, escuchas poco....y tienes casi todo aprender.. No quiero cansarte con mis recomendaciones,; es la última vez que te lo digo: lee también los cuentos extensos...no busques solo caricias. Goza con las obras que son grandes, tengan 4 o 5.000 palabras. ¡Todavía eliges tus lectura por el número de términos!”.
El Mudo estaba ceñudo. Luego agregó:
-“Quiero subir al tren de Laura. Pide permiso. Si te lo otorgan, viajamos. Pero escucha, islero vanidoso, ya hay veinticinco estaciones recorridas...sé que a algunas de ellas tienes necesidad de volver, posees sobradas razones, y además son valiosísimas. Pero no es posible. Seguiremos el viaje, para ensanchar nuevos horizontes y colaborar en la ampliación del diálogo; ¿escuchaste bien? Dije: dia-logos, no te hagas el tonto. Y otra cosa para que no prejuzgues: el orden en que están las estaciones no significa ningún juicio de valor”.
En el andén yo estaba un poco nervioso, apurado por ver, mirar, admirar y escuchar, cuatro verbos que el Mudo me había enseñado el significado. A lo lejos se escuchó el ruido del tren y su calmo anuncio de llegada.
Después de algunos resoplidos y abundante vapor se detuvo. Subí. Y el Mudo detrás de mío.
Comenzó la marcha. Anduvimos un largo rato por llanuras, montañas, pantanos, y algunos pocos nevados. Montecitos bajos, inextricables selvas, bosques de arrayanes. Pasamos por desfiladeros y abismos que no parecían tener fondo. A menudo, a los costados del tren, se podía percibir carroña, mucha carroña y aves de rapiña en violentas peleas.
La voz del guarda me sacó del interior silencioso y observante: “Próxima parada: CalideJacobacci”.
Me bajé y el Mudo se puso a mi costado. Un edificio austero; paredes gruesas, columnas anchas, techo de quebracho casi perenne. Salas amplias , limpias y, cosa extraña, se respiraban ideas e imágenes fuertes, salidas de tormentas y brisas muy tenues. La estación, a pruebas de huracanes, me impresionó. La geografía una maravilla: montañas, algunos nevados, abismos y bosques con gigantescos árboles. El Mudo solo dijo: “Inteligencia. Hay tradición e historia...miradas globales: muy difícil. Lugar para morar. Pero pocos podrían”.
El tren siguió su marcha. Soles, nubes, vientos, lluvias. “Próxima parada: Barrasus. Bajen por favor los que van a Barrasín, les queda muy cerca”. Al llegar, ya se podía observar la hermosa estación, llena de colores. Me llamó la atención el andar de admirables saltimbanquis, los ojos penetrantes de los clowns, e inimitables mimos, la pulcritud y el orden. Nada faltaba, nada estaba de sobra.. Muchas sonrisas...casi sin estridencias. Sería fantástico quedarse aquí un largo tiempo, me dije para mí mismo. El Mudo, pocas palabras: “Abundantes sonrisas, para vivir y aprender. Sátiras, para pensar”. Salimos rápido para escrutar, aunque sea de lejos, la estación Barrasín. Era distinta. Grandes olivares la rodeaban. También llegaban ecos de risas. “De lo que no se puede hablar, hay que callar...date tu tiempo, Islero”, sentenció el Mudo.
De nuevo el viaje. El trayecto fue corto. Suaves serranías, fresca brisa y aroma del perfume de flores silvestres. De lejos pude leer el letrero blanco y bien abierto: la estación “Ignacia”, todo un símbolo de lo que en realidad era este paraje. Asomándome por la ventanilla, antes que el tren se detuviera, observé flores y más flores. Ya en la estación, pude admirar cascadas de rosas rojas que casi todo lo cubrían. Pasando por salas silenciosas, me encontré del lado opuesto con un recoleto jardín. Estaba cerrado, pero era posible entrever algo, moviendo con fuerza el ligustro prieto y cortado: canteros de pensamientos en la plenitud de su floración. Volví rápido al andén, evitando ser indiscreto. El Mudo me dijo al oído: “De la experiencia y el dolor se puede generar belleza...y verdad”. No me atreví a preguntarle cómo era posible tamaña cosa.
El tren marchaba lentamente. El trecho fue también corto.. Casa, jardines, ligustros cortaditos con una regla, gente variadas y muchos niños jugando. La voz del guarda sonó clara: “Próxima estación: Rodrigo”. En el andén: variados cuadros con pinturas de paisajes y rostros, realizados por paleta de artista. Todo en armonía, y eso resultaba mas llamativo porque había objetos de las más diversas culturas.. Una salita silenciosa, con una pequeña niñita jugando. Aquí hay belleza, me dije, y un lugar para pensar el destino del Mundo. Al salir, el Mudo susurró: “Mirar el presente a la luz del pasado y del incierto futuro es tarea difícil. Aquí también hay tradición. Y mucha historia”. Estuve a punto de preguntarle que quería decir exactamente con la palabra tradición; pero lo observé...meditaba...y no quise ligarme un reto. Sabía que es un término riquísimo, manoseado en fechas patrias, por maestras y periodistas que viven en las nubes. Así que, callados, nos subimos al tren.
Y el viaje prosiguió por la ladera de una montaña, y a un costado el mar azul. La maquina resoplaba. Pude mirar y admirar a labriegos; algunos roturando la tierra; otros levantando las cosechas. La interioridad me explotaba, no daba para más, y por eso me quedé con los dos verbos, en actividad. La estación estaba cerca, en la ladera de la montaña, frente al mar. “Gateglto”, había dicho el guarda. La estación era hermosa, similar, pero en grande, a las casitas de los labriegos. Arboles añosos, jardines por los cuatro costados, muy floridos. Y me llamó la atención la numerosas rositas rococó, reventonas...múltiples, pequeñas, pero formando ramilletes con una unidad restallante. También observé un rosedal al fondo, escondido de las miradas, de rosas color púrpura. “Me gustaría permanecer aquí, me dije, y vivir con los labriegos”.
Y el Mudo solo dijo: “ experiencia y sufrimiento son fuentes de sabiduría, y aquí la hay. Además hay Amor...da sin esperar nada. Amor no es envidioso, no habla mal de nadie, es fecundo en absoluto. Aprende, viejo Islero”.
El tren ya salía. Así que apuramos el paso y subimos. Comenzó el descenso. Una larga llanura y de improviso una gran ciudad. Veloces autos corrían por sus carreteras. Atardecer. Muchísimas luces atenazaban la sensibilidad, con mucha fuerza. “Juvencia”, dijo el conductor, “les pedimos atención a los pasajeros pues hay muchas estaciones unas muy cerca de otras. Pararemos poco tiempo en ellas, solo por razón de tiempo. Vamos muy retrasados.” No era una excusa, era la pura verdad.
El tren se detuvo un momento en la estación “maxsarmientomoreno”. Una estación nueva, recién pintadita. Entramos y me llamó la atención una pequeña sala con un ordenador y al lado una gran biblioteca. Estación de lectores, me dijo para mi mismo. Pero el Mudo me corrigió: “gran erudicción...sorprendente...y alguien que se esfuerza en pensar por y desde sí mismo...notable...muy notable...en un mundo donde abundan las cacatúas”.
Luego llegamos a otra estación también nuevita: “Omarcasi”. Muchas flores y una bella sinfonía se escuchaba en el andén. También se escuchó, luego, una melodía...amor nostálgico. “Bueno, bueno, dijo el Mudo, aquí también hay potencia...”.
Enseguida nomás estuvimos en “Maidenista”, similar a las dos anteriores en relación a su tiempo de inauguración. Casi no había flores, ni música, ni aromas de ningún tipo. Pero se respiraban “ideas”...cosa extraña. Y el Mudo apenas susurró: “morada de un potencial filósofo...quizás hermane la literatura a la filosofía...veremos”.
Al subir al tren, el Mudo amigablemente me preguntó: “¿No estás cansado, Islero? Debes cuidarte del empacho...terrible mal que pueden generar los libros”. Me señaló la próxima parada: “Carolinaeme”. Un edificio relativamente nuevo, engalanado con guirnaldas y muchas plantas de diversos tonos de verdes, de hojas aterciopeladas la gran mayoría. Muchos verdes y algunas rosas rojas. El Mudo apenas dijo cinco palabras: “Está bueno esto...promete y mucho”.
Girando sobre la ciudad, esplendorosa de luces, la próxima estación: “Shou”. También estaba engalanada pero de forma diversa. Plantas carnosas, lianas sensitivamente amarradas unas con otras, y muchas flores. Me quedé sorprendido pero el Mudo me dijo: “En el fondo: simplicidad y ternura. Y es mucho”.
“Próximo apeadero: Galvarino”. Me bajé, creyendo que mi acompañante se quedaba en su asiento. Pequeña estación pero bien mantenida. Sólida, aunque había algo llamativo: estaba rodeada por arenas movedizas. Y entre ese terreno lábil, crecían hermosos árboles, bastante desconocidos. Ante mi admiración, el Mudo que me venía siguiendo los pasos, me dijo. “Islero zonzo, un mundo sin interrogantes no es mundo. La gente prefiere, casi siempre, las respuestas a las preguntas”. Entonces comprendí y admiré más aún las arenas resbaladizas.
No había terminado aún de pensar lo recién vivido, cuando ya estábamos en “Luciérnaga sonámbula”. El edificio era casi nuevo; en sus extremos faltaban pequeñísimos revestimientos Esto me despistó al comienzo, hasta que ingresé al interior de la estación. Cortinados casi transparentes, grandes ventanas, muebles lustrados, y en la sala de espera, una mesa redonda con un florero grande luciendo rosas color púrpura.. Mi amigo el Mudo apenas habló: “tristeza y sonrisas, un profundo fondo de ternura y esperanza...como la vida”.
El guarda pidió atención:” Ahora vienen varias estaciones pero no nos detendremos. La tardanza que llevamos es muchísima. Así que pasamos por "Migu", "El soro" (tan pequeñita, pero tiene cosas escondidas)"Nefatlí", “India”, "Trazar", “Anapolar”, “Monolili”, “Gea”, “Alqutun”, “Anakardo, “Yoria, “Morana”, “El espectador”, “Flucito”, “Psychotron”, “Seta”, “Atreides 54”, “Sarnahuixtli”, “Bisiesto”, “Eclipse lunar”, "Polkas",“Mandrill”, “Sindari”, "Kitty" sin parar en ellas”. Le protesté al guarda, muy enojado. Pero la mirada del Mudo me hizo callar. Y dijo: “así es este viaje, claro que es una pena no detenernos. Las conozco. Hay cosas dignas de los cuatro verbos, y en dos o tres casos, plumas afiladísimas...arma de doble filo. Es una suerte para ti, Islero, estás muy cansado y apenas puedes mirar. Descansa ahora. Cierra los ojos y quédate en silencio. Saldremos de la Ciudad y todavía quedan tres estaciones”.
Me dormí y tuve sueños hermosos. Soñé con muchos cuenteros que en este viaje no tuve la dicha de gozar en parajes ya recorridas por otras amigas. Y en el sueño escuché la voz del Mudo: “Islero, es muchísimo lo que te falta conocer de los cuenteros. Hay joyas escondidas. Como hay muchos abrojos, ruidos carentes de sentido, a veces estridencias... como la vida...pero no hagas caso de ello. Sólo pon atención a la obra de arte y no te olvides de los cuatro verbos”.
El tren hacía rato que había dejado la ciudad. Pues me desperté al amanecer. En el horizonte el Padre Sol estaba en la mitad de su naranja fuerte. Y escuché la voz del guarda: “Próxima estación: “Maravillas”. Me quedé atónito ante el nombre. Enseguida llegamos. Otra vez cascadas de flores de muchos muchos tipos y colores. No había rosas. Pasamos el andén y entramos a la espaciosa estación: un sonoro silencio. Muebles lustrados, todo en orden, con mucho esmero. El Mudo me miró y despacio me dijo: “Bien y Belleza, o la inversa, es casi lo mismo”.
Hicimos un largo recorrido por una empinadísima montaña, y la voz del guarda se hizo escuchar: ”Estamos llegando a Margarita_Zamudio”. Cansino, el tren se detuvo. Bajamos despacio. El Sol jugaba en las grandes arboledas de la estación. Canteros cultivados, seguramente con filosas herramientas. Ya dentro de la estación, las habitaciones tenían grandes ventanales. Preponderaba el silencio. Absorto, apenas pude escuchar lo que dijo el Mudo: “Experiencia...trabajo...pensamiento y belleza”.
Otra vez el descenso, y en una hermosa serranía el tren se detuvo en la estación “Juan Rojo”. No oí el aviso del guarda, atento al colorido paisaje que rodeaba a esta nueva parada. Verdes, amarillos, naranjas, grises y azules intensos. La arquitectura de la estación parecía perfecta. El aseo y la prolijidad de los espacios abiertos y cerrados hablaban a las claras de maestría. Durante un tiempo quedé admirando, asombrado, hasta que la voz del Mudo me puso otra vez en mi centro: “¿Sabes lo que es principio, medio y fin en una obra escrita? Aquí siempre la hay. Difícil, muy difícil”.
Nuevamente en el viaje. De pronto, otra vez la voz del guarda: “En la próxima parada finaliza el recorrido. Para los que continúan, hay cambio de ruta. Todos deben bajarse y en el andén se les indicará el coche que deben tomar”. Es la oportunidad, pensé, para en el regreso bajarme en las estaciones que este tren no pudo parar. Es justicia.
Bajamos. Súbitamente el Mudo despareció.
Me quedé solo, pensando en la ultima frase que me dijo antes de desaparecer. Durísima. Como nunca. “Ay, islero engreído, después de este largo viaje no te has dado cuenta que todavía te queda el Todo por atisbar y gozar. ¡Cuántos enigmas y misterios se te escaparon de los parajes recorridos!”
Y recordé un hondo texto de una cuentera, que no pude hallar en estos días, el cual gira en torno al canto paulino sobre el Amor. ¿No estará relacionado lo que dijo mi amigo con el Amor, así comprendido?
Tal vez. Pero no estoy seguro.
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