Duda.
Se acomoda para escribir.
Finalmente comienza.
Su cuerpo tirita con el frio que penetra a su pequeña habitación donde minutos antes estudiaba.
Vuelve a dudar.
Sabe y no sabe acerca de por qué duda.
Siente su pecho, en ese lugar donde creemos que se ubica el alma, apretado, adolorido, húmedo, muerto y a veces vivo. Desea llorar a gritos pero siente que no puede. Piensa que si lo hiciera no saldrían de sus ojos lagrimas liquidas, sino que serian pedazos de papeles rotos escritos. Asume lo absurdo que sería la situación, pero le agrada pensar que algo así le pudiera ocurrir.
Se congela ante la hoja en la cual escribe.
Escucha la radio: suena Coldplay y su nueva canción. El primer día que la escuchó la amó.
Se quita los lentes un segundo y recuerda el día anterior: viernes, último día de clases de la semana. Procesos se adueña de ese día y lo convierte, según carolina, en el día perfecto para un suicidio y ojala fuera de una sobredosis de drogas.
Por la mañana del día viernes había ido al oftalmólogo a cambiar la receta de sus lentes. Esas visitas al doctor le entretenían, sobre todo por las cosas que la hacían mirar.
Luego, a la universidad. Ahí comienza el verdadero día; trabajos, notas, ramos detestables, stress, etc.
La tarde se hizo corta, su mente a ratos cerca a ratos lejos. Le es imposible mantenerse en la tierra mucho rato. Cuando está con sus amigas hablando de la vida de otros, sin quererlo la atrapa el silencio y la lleva a lo más profundo de sus pensamientos provocando que su mirada se aleje y quede inmóvil en lo inexistente.
Junto a la cafetería, como suele hacerlo, se sentó con sus amigas a trabajar. Terminaron más rápido de lo que esperaban. Y una vez más camina por el mismo lugar que siempre para volver a casa.
Esperó el verde del semáforo, cruzó, chocó con la gente, caminó a pasos rápidos, su mente iba repasando el día, pasó junto a los perros callejeros que tanta pena le provocan y una vez más pidió a Dios por ellos.
Todo parecía normal y cotidiano hasta que tomó la última micro del día. La sorpresa vino de la mano de la música. Un hombre joven, de unos 27 a 30 años, subió a la micro con un teclado profesional grande y comenzó a tocar.
Carolina inmediatamente noto el cambio en el ambiente, en su cuerpo y en su mente cuando las primeras notas salieron por los parlantes del instrumento.
Las manos del hombre se movían exquisitamente, su cabeza marcaba los compas del sonido y carolina se sentía cada vez mas como en una película donde ella era la protagonista.
Mientas sentía que la música rozaba su cuerpo esbelto y le provocaba sensaciones que solo a veces vivía, posó su cabeza en la ventana y comenzó a ver como la realidad afuera se iba construyendo a medida que la música se aceleraba. No tenía la certeza de que fuera cierto, pero amaba pensar que sí ocurría como ella lo veía.
El hombre iba tocando una canción tras otra al tiempo que ella deseaba nunca llegar a casa y que él nunca dejara de tocar. Sin embargo todo termino, el finalizo y hablo a la gente. Dijo cosas acerca de los autores de las canciones que él toco y mientras lo hacía miraba a carolina y a otro joven, pues sabía que eran los únicos que le prestaban atención. Mientras la miraba ella se lamentaba de que no fuera un hombre más joven ni más bonito, pero no se segó con ese tan recurrente pensamiento.
La micro siguió avanzando, continuando su curso normal.
El día finalizaba con emociones no esperadas.
Una sonrisa que provenía de su interior iluminó su rostro cuando estaba ya en su casa, sentada sobre su cama y pensó “por fin algo rompió mi rutina hoy, solo me queda decir: gracias…”
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