Me levanté temprano para cargar el auto imaginando ahorrar tiempo y conflictos en la salida de la ciudad.
Noche cerrada todavía, junté los bártulos en el living y empecé a subirlos al baúl.
Ordené la ropa suelta para el viaje, las cajas de vino para los parientes, los juguetes para los sobrinos y calculé que para cuando clareara, saldríamos a la ruta.
Tomé mate mientras revisaba las pilas de la linterna y leí un poco el diario para enterarme de lo mal que andaba todo.
El resto lo lería en el parador arbolado, mientras almorzáramos algo liviano.
Regué el jardín para que se aguantara los dos días que no estaríamos y escondí los juegos de llaves extras, para no facilitar las cosas a los enemigos de lo ajeno.
Al clarear el día saldría para la ruta y aprovecharía la fresca para hacer mitad del camino.
Al clarear el día.
Me senté en el sillón, miré el cielo oscuro todavía y revisé la hora en el reloj de la pared.

Las 8 de la mañana.

Que pasó con el amanecer, pensé desconcertado. Todo este tiempo cargando y acomodando cosas me hizo perder la noción del tiempo. Ya tendría que haber amanecido, ya tendría que estar en ruta.
Prendí el tele para ver que pasaba y alguien en el noticiero hablaba seriamente del extraño fenómeno que estaba ocurriendo.


El sol no ha vuelto a salir y no pudimos irnos de viaje.
El frío es insoportable y nos iluminamos con lo que podemos.
En el último saqueo conseguí más latas de conservas y algunas velas.
Hemos quemado casi todos los muebles y al menos la nieve que cubre las ventanas, nos garantiza los cero grados estables dentro de la casa.


A veces pienso que debería haber mirado la hora antes. Habría ganado unas horas a favor mío para estar mejor preparado.
No se si hubiera tenido sentido.
Nadie sabe cuando volverá a salir el sol