Abrí los ojos exaltado, supe instintivamente por la tenue luz que se colaba en la ventana, que me había quedado dormido. – ¡Maldito informe!, pensé al recordar las 2 miserables horas de sueño que había podido acumular en los últimos 2 días. Por lo menos dejé todo listo.
7.30 AM, comprendí de inmediato que no tenía tiempo para perder en aseos ni dignidades. Así que busqué, a tientas, alguno de los calcetines usados que por días había estado guardado debajo de la cama. Me tomó algunos segundos antes de poder dar con uno, si bien, estaba un poco petrificado debido a tanta tierra y sudor, por lo menos, gracias al tiempo que había estado oreándose, ya no apestaba tanto.
El agua estaba mortalmente fría, así que solo salpiqué un poco mi rostro y aquellas otras áreas que consideré más críticas de aseo. Me aseguré de succionar un poco de pasta desde el mismo tubo dentífrico, después de todo, aunque no me alcanzase a cepillar, llevaría un agradable aroma a menta fresca. Como mi madre solía decir: “Siempre digno hijo, Siempre digno”.
Cogí las cosas como pude, intentando acomodar lo mejor posible los 2 monumentales tomos de “Biofísico-química molecular con orientación orgánica”. Sin embargo, no me estaba resultando una tarea fácil, después de todo, eran de esos típicos libros siniestros, engordados en base a miles de datos bibliográficos y otros tantos datos inservibles, por el puro afán de hacer sufrir a todo aquel que tuviese la mala suerte de leerlos.
7.55 AM, 15 minutos perdidos, 4 micros sin parar y ese extraño resentimiento hacia la vida, que empezaba a embargarme.
Esto requería medidas desesperadas, menos mal que la genialidad del hombre es capaz de abrirse paso en la más profunda oscuridad. Escondí los libros como pude debajo de la banca del paradero y cruce mi bolso al mas puro estilo “joven Profesional”, de esa forma mi aspecto no gritaría al chofer mi “Estado de Tarifa Estudiantil!” .
Una, Dos micros más. Por fin el destino ponía a mi alcance uno de sus anhelados frutos. Un iluso y providencial chofer se había detenido. Así que Volteé inmediatamente para coger mis cosas. – ¡MIERDA! Exclamé, simplemente ¡ya no estaban!.
Comencé a angustiarme. Y con esto, el “viejo” de la micro, logró oler (no se como), mi desesperación estudiantil, esa que uno expele como mezcla del estrés mantenido, los carretes a base de cerveza barata y los nutritivos almuerzos a base de comida chatarra y mayonesa. Claro, fue eso o es que simplemente el viejo vio el pase que traía oculto en la mano.
Me miró con sus ojillos de rata desafiante, acelerando. Como si mi condición fuese una especie de peste muy contagiosa.
-¡No lo dejaría huir!
Sin pensar, hice uso desesperado, de uno de los saltos mortales que había aprendido luego de ver tantos monos por televisión. No me salió muy igual al del personaje de ficción, de hecho, casi me zafé una rodilla al golpearla con el borde metálico. Aun así, mi osada maniobra, dio resultado, haciéndome posible el subir a la micro en plena huída.
Sobándome triunfante la rodilla, saqué mi pase escolar y deposite los $150 pesos correspondientes en la mano del estupefacto chofer. Reí para mis adentros por algunos minutos, sintiendo con orgullo el bienestar de mi logro. Sin embargo, la felicidad es efímera y la conciencia suele arremeter con brutal vehemencia cuando menos te lo esperas. De un momento para otro, lo recordé: ¡MALDITA SEA, ME ROBARON LOS LIBROS!.
Olas de ira, vergüenza y espanto llenaron mi alma, -¿Cómo podía ser tan estúpido?, ¿Cómo pagaría la multa?, ¿De donde sacaría las mas de 200 “lucas” que costaba cada uno?. Estas y otras preguntas me embargaban a cada segundo del viaje, prolongando la tortura psicológica hasta el infinito.
***
Toqué como 20 veces el timbre, sin embargo el chofer no se detuvo. Ese es el problema de los malos perdedores, sobre todo si tienes la mala suerte de vencerlos en su propio juego, ya que siempre buscarán como vengarse.
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6 cuadras mas, nuevo pasajero, por fin se detiene. La rabia que sentí por tal atropello, por lo menos logró mitigar el recuerdo del precio que había tenido que pagar una hora antes por mi estúpida ocurrencia.
***
10 minutos de acelerada marcha, debía llegar rápido ya que era una de esas clases obligatorias en las que después de cierta hora ya no te dejan entrar. El sol hacía que me ardieran los ojos, mi frente sudaba profusamente y lo peor de todo es que me dolía una pierna.
-¡Llega Tarde Señor Pérez!, gritó el “Pelao Gutiérrez”, justo cuando intentaba colarme por una de las puertas traseras. Lo miré con cierta antipatía debido a lo obvio que me resultaba su acotación.
- Lo siento, profe, murmuré con voz de cordero, mientras bajaba la vista en señal de postración. -¡Oh sutil humillación, perfeccionada a lo largo de los años!, no era algo para sentirme orgulloso, pero sabía que daba siempre resultado al verte enfrentado a Egos inflamados.
- ¡Vaya a sentarse!, vociferó nuevamente con aire satisfecho, supongo que realmente le era placentero degustar el orgasmo de su propia benevolencia.
Me dirigí, completamente agotado a la silla vacía más cercana. No debí haberme levantado, el día se me estaba haciendo un infierno y el sol ni siquiera alcanzaba su mayor punto en el cielo.
La vi de reojo, ahí frente a mi estaba la paz, la mina de la cual estaba enamorado desde que entré a la carrera. La paz era de esas minas mega bonitas, pero que siguen siendo simpáticas, seguramente cuando chica, era fea y gorda. Por suerte para mi, aun no asimilaba el cuando dejó de serlo. Aun así, estaba fuera de mi alcance, después de todo, la paz era hija de un doctor famoso, de esos que salen en el canal local hablando de los problemas esenciales de la humanidad, como la obesidad o los piojos.
Sin embargo los milagros existen, aunque suelen manifestarse de forma inesperada. Ese día, por tercera vez en los últimos 4 años, la paz me habló.
Quede atónito, siéndome imposible, entender siquiera 1 palabra de lo que me decía. -¿UH?, pregunté con cara de bobo.
- ¡Q-U-E A-P-E-S-T-A-S!, dijo señalando mis pies. Ahí comprendí el “porqué” me había resultado tan resbaloso el camino hasta aquí. Al final no había sido producto del barro o lo mojado del suelo. Simplemente llevaba conmigo, la más monstruosa feca que haya dejado alguna vez un ser vivo.
Me sentí completamente avergonzado, no solo por el hecho, sino que por no haberme dado cuenta. Después de todo, el “accidente” era “demasiado EVIDENTE” , ya fuese por su hedor, o por el prominente volumen que protruía por los extremos laterales de mis zapatos.
- ¡Maldita fortuna!, ¿por que me hace esto?, pensé desconsolado; Mientras mi mente se Llenaba de una extraña nebulosa. Recordé de pronto a la vieja de la pensión cortándome el gas del calefont a medio baño y justo en pleno invierno, la enorme multa acumulada por el crédito, eso sumado a la nueva multa a la biblioteca, las miles de horas sin dormir, el desagradable acné que a pesar de mi edad aun se empeñaban en brotar de mi espalda y aquella maldita y fofa ponchera que emergía de mi vientre desde mi temprana juventud, como un humilde homenaje a la globalización y los sistemas de mercado, esos que me hacían sobrevivir a base de completos y cervezas baratas.
Gracias a las horas invertidas en automutilación y lamentos, la clase transcurrió relativamente rápido. Solo debía ser capaz de sobrevivir unos minutos mas, entregar mi informe y correr a encerrarme en mi pieza hasta que muriese el día y con él mi maldición. Sin embargo, el trabajo no apareció por ninguna parte, probablemente se había quedado entre los libros que había perdido esta mañana.
- Lo que me faltaba, pensé completamente deprimido, - otro año más con el “pelao Gutiérrez”.
Me levanté de la silla completamente derrotado; la frustración y la rabia iban dejando un extraño sabor en mi boca.
Caminé como “autómata” hasta el paradero, subiendo a la micro por acción refleja, totalmente ausente, como si mi mente hubiese decidido abandonarme en pos de preservar los agónicos vestigios de entereza que aun me quedaban.
Ni siquiera limpie mi zapato, aguante estoicamente su hedor y el asco que me brindaba la gente en sus caras al acercárseme.
Lo único que podía salvarme un poco el día, era uno de los completos de la “Tía Sonia”, ese manjar delicioso y lipídico que brindaba descanso a todo aquel que lo necesitase. Sabía que era tóxico, por decir lo menos, quizás eso era lo que mas me gustaba, casi se podía sentir las placas de colesterol adhiriéndose en tu pecho a cada mordida, como una lenta y deliciosa forma de tortura.
Cuando por fin llegué a ahogar mis penas, la “tía” estaba retando a 2 de sus 9 cabros chicos, al parecer le habían sacado dinero de la caja o algo así para comprar cigarros, por lo menos eso fue lo que entendí, porque su voz estaba aun mas chillona de lo habitual por pura ira.
Cuando me atendió por fin, estaba más receptiva de lo usual, me preguntó que quería y hasta me llamó “chiquillo”, quizás muy en el fondo fuese una buena mujer. O simplemente, en estos momentos, hubiese proyectado su instinto maternal en todo aquello que no fueran sus vandálicos pequeños, eran un verdadero dolor de muelas y eso que a penas eran escolares.
Mientras esperaba el completo, charlamos un poco.
-¿Es Usté estudiante?, preguntó interesada mientras aplastaba el “chucrut”.
-Si.
-Ahhhh, a mi me hubiera gustao estudiar, es la única forma de salir del hoyo, ¿no’cierto?. Dijo más para sus hijos que para mí.
***
Cuando Me entregó por fin el completo, en parte había olvidado lo nefasto de mi día.
Al despedirme, gritó:
- “Que suerte que estís estudiando, cabro. Es todo un privilegio”
Entonces, la rabia, me invadió. Quise decir algo, clamar que no era justo, que estaba equivocada, pero el enorme mordisco que le había dado al completo de pura ira, me salvó, permitiéndome indirectamente el guardar silencio. Me retiré así, confuso y atragantado, con las mejillas infladas y el seño fruncido, mientras el sol seguía indolente su curso.
-¡¡¡Cómo odiaba las paradojas y como odiaba aun más, el que fuesen ciertas!!!.
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